Pasaron pocos años desde que un puñado de locos emitieran los acordes de Parsifal desde una azotea porteña, allá por 1920, para que la radiofonía se hiciera dueña del éter. Las primeras emisoras no tardaron en salir al ruedo y apareció la radio a galena, que se escuchaba con auriculares.

En la década de 1930 llegaron los primeros receptores a válvulas –que había que esperar que se calentaran y a menudo la transmisión se recibía con “descarga” de fondo– y la radio se convirtió en la reina del hogar. Era la cita obligada de la familia que, a la hora de la cena, se reunía en torno del aparato para escuchar programas emblemáticos de aquellos tiempos.

Las décadas de 1940 y 1950 fueron la época de oro de la radio: radioteatros con efectos especiales y grandes orquestas tocando en vivo; locutores y galanes de voces varoniles; los primeros jingles y la publicidad ingenua de entonces, del tipo: “Mejor mejora Mejoral”.

Por aquellos años, el Glostora tango club y los programas costumbristas reinaban en el horario premium: Los Pérez García, Dr. Cándido Pérez, Señoras.

El humor estaba presente con Luis Sandrini, y su legendario Felipe; Niní Marshall con Catita, La Revista Dislocada y Los cinco grandes del buen humor.

Pisaban fuerte las transmisiones deportivas de Luis Elías Sojit y José Fioravanti, quienes popularizaron expresiones como “coche a la vista”, estirando la frase, o “¡atento Fioravanti!”, en tono altisonante. Y Radio Colonia, la emisora uruguaya que se sintonizaba cuando aquí había censura, algo bastante frecuente.

Los programas y artistas de la radiofonía copaban las revistas populares como Antena o Radiolandia. En tapa solían aparecer las estrellas de moda y el gran público se familiarizaba con los rostros agraciados de Zully Moreno, Mirtha Legrand, Lolita Torres y tantas otras divas.

Los amantes de la música, por su parte, podían escuchar a su orquesta de tango favorita –D’arienzo, Troglio, Pugliese, Canaro, Di Sarli– tocando en vivo desde los estudios de las principales emisoras. Lo mismo que los conjuntos folklóricos más conocidos, como Los Chalchaleros, Los Fronterizos o los Hermanos Avalos.

Claro que para entonces sonaban otras voces, como Los 5 latinos, con Estela Raval; o Billy Caffaro, el cantante de moda. Y también las de afuera, como Nat King Cole, Tito Rodríguez o Los Plateros. En la década siguiente coparon la parada Palito Ortega, Sandro y los cultores tempranos del rock nacional.

Las señoras de entonces se atosigaban con los radioteatros, especialmente a la hora de la siesta, mientras planchaban guardapolvos y, de tanto en tanto, enjugaban alguna lágrima con el dorso de la mano. Los parlamentos estaban a cargo de un speaker, el atildado locutor que tenía penado apartarse del guion. Era el tiempo en que comenzaban a sonar algunas voces emblemáticas: Cacho Fontana, Juan Carlos Mareco, Blackie, Antonio Carrizo, entre tantas otras.

Ya había aparecido la radio portátil, a transistores, que podía llevarse a todas partes, cuando, a comienzos de la década de 1960, cobró fuerza una competidora de cuidado: la televisión, tanto que muchos creyeron que decretaría el fin de la radio. Sin embargo, no solo que sobrevivió, sino que se afirmó aún más, sobre todo en franjas horarias alternativas.

Aquella radio era parte de la vida cotidiana de los argentinos. Por radio se seguía el sorteo del Servicio Militar y del Gordo de Navidad, trasmitidos en directo desde la Lotería Nacional; los comunicados de los golpistas, con marchas militares de fondo; y la participación del Seleccionado Nacional de fútbol desde otros husos horarios.

Más tarde llegaron la Frecuencia Modulada y nuevos avances que mejoraron la calidad de las emisiones y diversificaron la oferta. Hoy, la radio se escucha además en el teléfono, la tablet o la computadora.

Hoy los cambios que impone el avance tecnológico son tan veloces que parecen sucederse todos los días. A tal punto que no se sabe que pasará mañana mismo con la radio. Pero detrás de esa incertidumbre cuando se piensa en ello, aparece una certeza, sostenida por las décadas de vigencia de un medio de comunicación que acompañó a los argentinos durante mas de un siglo.

Y es que aunque no se repita más aquella escena de la familia reunida alrededor del repector al final de un día, esa voz que viene de lejos y que, con distintos tonos y matices, podemos reencontrar en cada vuelta del camino con sólo apretar un botón, seguirá siendo parte de nuestra vida.

FUENTE: La Voz