La creciente desaparición de jóvenes en los oficios tradicionales de la construcción y la reparación se ha convertido en un fenómeno palpable en Argentina. Informes recientes, como el de Amanco Wavin, muestran que en rubros como la plomería la mayor parte de la fuerza laboral está concentrada entre los 46 y 55 años, y que prácticamente no existen plomeros menores de 25 años. Esa misma fotografía se repite en la electricidad, la herrería, la carpintería y la albañilería: una generación que prefiere las pantallas al destornillador, mientras la demanda de servicios no deja de crecer.

El desajuste entre oferta y demanda se hace evidente al recorrer el mercado laboral. Por un lado, las escuelas y los institutos de formación privada registran un aumento sostenido de matrículas: la Escuela de Oficios recibió más de 6.000 preinscripciones durante 2025, y los centros de capacitación reportan mayor concurrencia desde la pospandemia. El perfil de quienes se inscriben es variado, con dos grupos predominantes —jóvenes de 18 a 25 años y adultos de 45 a 55— y con una presencia femenina creciente en cursos descentralizados. Sin embargo, ese flujo de interesados no siempre se transforma en mano de obra estable para el mercado.

Profesionales en activo y referentes del sector adjudican la brecha a cambios culturales y económicos. Germán Canosa, tesorero de la Asociación de Profesionales Electricistas (APE), observa que el oficio ha ido transformándose y que el recambio generacional no se produjo: “Cuesta mucho encontrar mano de obra joven. Cuando conseguís alguien, no tiene veinte, tiene cuarenta”. Para Canosa, la diferencia no es solo etaria sino de prácticas: quien adopta nuevas tecnologías y logra visibilidad en internet sobrevive; quien permanece anclado en métodos de hace veinte años lo tiene más difícil.

En la misma línea, representantes de Gasistas Autoconvocados subrayan que muchos jóvenes prefieren actividades vinculadas al uso intensivo del celular antes que trabajos manuales en obra. También señalan que aprender un oficio exige tiempo y práctica: alcanzar un nivel de experiencia que permita trabajar con seguridad y calidad suele demandar entre cuatro y cinco años. Esa curva de aprendizaje choca con la necesidad inmediata de ingreso al mercado laboral, que empuja a muchos egresados a trabajar sin la capacitación continua que exigen los avances técnicos del sector.

Las asociaciones y agrupaciones de oficio intentan mitigar ese problema con formación permanente: capacitaciones mensuales, asesoramiento y actualización técnica para que los trabajadores no queden rezagados frente a nuevas normas y tecnologías. Además, se observa un cambio en la composición del sector: en APE hoy el 18% de los socios son mujeres, un dato que refleja una lenta pero sostenida transformación de oficios que durante décadas fueron exclusivamente masculinos.

Las consecuencias económicas de la escasez son reales. Estudios del Banco Mundial y del Indec estiman un déficit cercano al 25% en trabajadores especializados, lo que se traduce en encarecimiento de obras: las demoras en conseguir profesionales capacitados elevan los costos de construcción entre un 8% y un 12%. A esto se suma la informalidad que persiste en buena parte del sector —trabajos sin aportes ni cobertura médica—, condición que desalienta la incorporación de jóvenes que buscan seguridad y proyección laboral.

En el plano simbólico y prospectivo, declaraciones como las del CEO de Nvidia, que vaticina que la próxima generación de “millonarios” serán plomeros y electricistas por la demanda que generará la infraestructura de la inteligencia artificial, subrayan una paradoja: trabajos manuales y técnicos, esenciales para el funcionamiento de la economía física y digital, podrían volverse aún más valorados, mientras hoy enfrentan una crisis de reemplazo generacional.

El desafío para Argentina es múltiple. Requiere políticas públicas y privadas que mejoren la percepción y las condiciones del trabajo manual: formalización laboral, incentivos para la capacitación continua, programas de inserción que articulen formación y empleo, y campañas que visibilicen la relevancia y la dignidad de estos oficios. Al mismo tiempo, los centros de enseñanza deben profundizar la vinculación con el sector productivo para que la matrícula creciente se traduzca en puestos de trabajo calificados.

En definitiva, la problemática excede la pura estadística: habla de cambios culturales, económicos y de modelo productivo. Si no se recupera el atractivo y la sostenibilidad de los oficios, el país afrontará no solo demoras y sobrecostos en obras, sino la pérdida de saberes técnicos indispensables para el funcionamiento cotidiano y el desarrollo de infraestructura crítica.