Mauro Amato transitaba el camino lógico: ya había sido futbolista y dirigía en las inferiores de Estudiantes de La Plata. Hasta que se dio cuenta que ese terreno no era el suyo. Fue el día que en el predio de City Bell aparecieron unos jóvenes para entrevistar y ver a los chicos que se entrenaban en el Pincha. El hecho despertó en Amato una inquietud dormida. Los visitantes eran adolescentes privados de su libertad provenientes del Instituto de Menores Carlos Pellegrini, uno de los tantos que hay en el país. Ese día, Amato se acercó al coordinador y le dijo que quería saber más de ellos, conocerlos. El proceso condujo al exjugador a idear un taller de Fútbol y Valores que brinda desde hace un año y medio en el Centro Cerrado Francisco Legarra, otro espacio de reclusión para adolescentes que funciona en La Plata.

“Estoy abocado solo a esto, viviendo la vida. Me salí del sistema del fútbol competitivo porque considero que hoy en día los chicos y las chicas son un número, esa formación no la disfruto, la de hacer una fábrica de jugadores”, explica Amato en una charla con sobre el giro que decidió en su vida. “Algo me conectó con los pibes esa vez y presenté este taller, así como hay uno de electricidad o carpintería. Quiero formar personas a través de la pelota. El vehículo que utilizo es el fútbol. Cuando caí en el instituto les dije a los chicos que no iba a juzgar a nadie, sino que quería conectar con ellos y no con sus condenas”, agrega.

El Legarra es uno de los centros de detención del fuero de responsabilidad juvenil. Cada martes y jueves por la mañana, a partir de las 9, los 29 jóvenes que están detenidos allí, de 16 años en adelante, forman parte del taller que dicta el exdelantero que vistió las camisetas de Estudiantes de La Plata, Atlético Tucumán e Instituto, entre otros equipos. Lo hacen divididos en dos grupos y la actividad dura hasta cerca de las 12, cuando es momento de que los adolescentes se bañen, coman y tengan clases como cualquier otro menor de edad. En el medio, Amato, de 51 años, comparte almuerzos y charlas con ellos porque entre los valores que quiere inculcar está uno que considera elemental: el amor.

— En varias entrevistas recalcaste la importancia del amor, ¿por qué?

— Porque hay carencias de abrazos, de contención, de una mamá o un padre en los contextos que viven los chicos. Yo, desde el amor, trato de dar eso que no tuvieron durante un montón de años. El primer valor es el amor y de ahí nace todo lo demás. Desde ese lugar transito el taller. Siempre quise transmitir el cariño, que también está en las palabras, en cómo se las utiliza. No voy a retar jamás a nadie sino a reflexionar si cometieron un error. Hablan conmigo un montón de cosas de la vida y hay arrepentimiento. Ahí está también la transformación, necesitan una escucha, alguien que les preste atención y dialogue.

Así como menciona al amor, durante la media hora de conversación Amato repetirá varias veces la palabra transformación. Lo que busca, dice, es transformar sus realidades a través del fútbol. “Los primeros entrenamientos eran puras patadas, muy violentos. Cada uno que agarraba la pelota quería pasarse a cinco y hacer el gol, muy desde lo individual. No se cobraban manos, faltas, no había límites en la cancha… Por eso empecé a poner límites, a marcar una cancha con una cinta elástica y a darles conceptos futbolísticos: cómo aprovechar un tercer hombre o la triangulación. Es alucinante porque un año y medio después hay menos violencia, aprendieron a jugar en equipo, a desarrollar un juego asociado”, ejemplifica.

. No importa quién gana. El cómo por delante de todo. Por eso cada martes y cada jueves le regala tres sobrecitos de jugo a los que conviertan los goles más lindos del partido. “Eso lo considero transformación, hacerlos entender a través de los valores -añade- que hay que ser solidario, que cuando pierden la pelota tienen que recuperarla entre todos y eso es ayudarse. Ahí está la pureza del fútbol. Hacen goles cambiando de frente, a un toque, eso me maravilla porque entendieron… Esta es la transformación que el fútbol me llevó a hacer en este lugar”.

Aunque el taller de Fútbol y Valores también implica lidiar con las limitaciones. Amato se cansó de ver a los chicos salir al patio a jugar descalzos o con algunas de las zapatillas rotas con las que cuentan allí. Por eso decidió hacer una colecta. “No puedo comprar para todos, pero se me ocurrió hacer eso. Zapatillas que uno no use o quiera cambiar, a mí me sirven, igual que pelotas hasta usadas”, detalla y abre el juego para seguir recibiendo colaboraciones.

Sin ninguna estructura detrás pero con mucha empatía y ganas de transformar, Amato plantea a través del fútbol un espacio de recreación para chicos que, condenados por distintos delitos, no dejan de ser adolescentes en situación de vulnerabilidad. “El tema fundamental para mí -reflexiona Amato- es el cariño, el amor que uno le pone y que da. Esa devolución que está viniendo es muy potente. Quiero seguir causando alegrías a los chicos, esas emociones positivas, que de eso se trata.

Amato, un delantero con memoria

No es la primera vez que Amato gambetea el “deber ser” típico del futbolista. Cuando estaba en actividad, también su compromiso social lo destacaba tanto como su talento. El 7 de octubre de 1999, cuando jugaba para Atlético Tucumán, le convirtió un gol a Godoy Cruz en una victoria por 3-1 y en el festejo se levantó la camiseta para mostrar una remera negra con pañuelos blancos y una elocuente inscripción: “Aguanten las Madres”

Aunque la foto de su celebración no salió en el diario al día siguiente porque durante la última dictadura. También llegó a mostrar una remera pidiendo justicia por José Luis Cabezas, fotoperiodista asesinado en 1997. /TyCSports