La reciente victoria de Concepción Fútbol Club por 3 a 1 ante Santa Ana, aunque significativa en términos deportivos, ha quedado opacada por una serie de incidentes violentos que marcan un preocupante patrón en el fútbol tucumano. Desde el inicio del encuentro, la tensión se palpaba en el ambiente, y se desató rápidamente en actos de agresión que no deberían ser parte del espectáculo deportivo. 

El partido comenzó con un gol del local, Diego Asisol, a los 25 minutos, lo que generó un clima de euforia en las gradas. Sin embargo, la alegría se tornó en caos al empatar Hernán Lastra para el “Cuervo” a los 32 minutos. A partir de ahí, el partido se convirtió en un escenario no solo de fútbol, sino de una evidente falta de control por parte de los espectadores, que culminó en el momento más alarmante cuando una lata de cerveza llena fue lanzada desde las tribunas, impactando en la espalda del entrenador Adrián Uslenghi

Este hecho, que debería ser motivo de condena y reflexión, fue tratado con una preocupante ligereza, continuando el partido a pesar de que el técnico se encontraba visiblemente afectado por el dolor. El segundo tiempo trajo consigo un gol de Gonzalo Molina que puso a Concepción en ventaja, pero la violencia no cesó. En lugar de concentrarse en el juego, la afición local parecía más interesada en desquitarse con el cuerpo técnico y los jugadores visitantes. El encuentro finalizó con un tercer gol de Mauro Galván, pero la verdadera historia se desarrolló después del pitido final. 

El retiro de los jugadores y la terna arbitral del campo se convirtió en una odisea. Enfrentando un hostigamiento constante desde las gradas, tuvieron que ser escoltados por la policía para evitar mayores agresiones. Sin embargo, la violencia alcanzó su punto más álgido cuando, ya dentro del colectivo, la delegación fue blanco de un ataque con piedras, resultando en varios heridos, entre ellos Pato Córdoba, quien sufrió un corte en la cabeza. 

Es innegable que estos sucesos no solo empañan el resultado de un partido de fútbol, sino que reflejan una crisis más profunda en la cultura del deporte en Argentina. La falta de control y la impunidad con la que actúan ciertos sectores del público son alarmantes y deben ser abordadas con urgencia. La violencia no tiene cabida en el deporte, y la tolerancia hacia estos comportamientos debe ser cero. Mientras el fútbol se sigue viendo afectado por estos episodios, el verdadero desafío radica en reconstruir un entorno donde la pasión por el juego no se convierta en un pretexto para la agresión.