Hubo un tiempo, no tan lejano, en que las películas comerciales rompían barreras sorprendentes de ingresos en taquilla. El rey en ese terreno fue, y sigue siendo, Disney con el Universo Cinematográfico de Marvel (UCM). Proyectos liderados por superhéroes como Vengadores: Endgame o Spider-Man: Sin camino a casa estuvieron entre las películas más taquilleras de la historia y convirtieron a los estrenos de salas en verdaderas balsas en medio de un océano llamado streaming. Eso fue hace más de cinco años; la actualidad, sin embargo, es otra.

Hoy domina el consumo en plataformas de streaming, mientras las salas se vislumbran en el horizonte como una alternativa secundaria o, para muchos, una opción descartada: “Me espero a que salga en plataformas y la veo en casa”. Esta transformación invita a una pregunta inevitable: ¿es el streaming el culpable del declive de las salas? La respuesta no es simple. Las plataformas salvaron al cine en la pandemia y en los años inmediatos posteriores: cuando las pantallas estaban cerradas, los servicios on demand permitieron que la cultura cinematográfica continuara viva. Pero ese mismo salvador se ha convertido, sin proponérselo, en un competidor formidable.

¿Se acaba la era dorada del cine? La verdad sobre la caída de ingresos en salas

Los datos ilustran el cambio de hábitos. Según una encuesta de 2024 realizada por HarrisX, el 66% de los adultos prefiere consumir contenido a través de plataformas antes que en salas de cine; solo un 34% opta por ir al cine. Ese veredicto colectivo se apoya en varias causas. El experto en taquilla Pau Brunet identifica dos factores principales: el cambio en las actividades de ocio y la propia oferta cinematográfica. La gente se acostumbró a consumir desde casa; desplazarse al cine, pagar entradas que en ocasiones alcanzan precios cercanos a los de una mensualidad familiar de streaming y elegir según qué títulos dejó de ser una prioridad, especialmente en el tramo de edad de 30 a 50 años.

El catálogo en cartelera también ha influido. Brunet apunta que la oferta se centra en películas masivas de grandes presupuestos —superhéroes, acción y aventuras— que ocupan la mayoría de las salas, dificultando la presencia de otros tipos de cine. Esa concentración reduce la diversidad exhibida y empuja a espectadores con gustos distintos a buscar alternativas en las plataformas, donde la variedad es amplia y accesible.

¿Se acaba la era dorada del cine? La verdad sobre la caída de ingresos en salas

El coste asociado a la experiencia cinematográfica es otro factor decisivo. Los consumidores comparan el precio de una entrada con el de una suscripción que ofrece cientos de títulos; la lógica económica empuja hacia el streaming. A esto se suma la polémica por la venta de comida y bebida dentro del cine: denuncias en redes sociales sobre la prohibición de ingresar alimentos de fuera y los altos precios de palomitas y refrescos alimentan la frustración de quienes pagan por el servicio.

También inciden transformaciones culturales y tecnológicas. Las redes sociales, en especial plataformas como TikTok, han moldeado hábitos de consumo de contenidos más cortos y fragmentados, dificultando que las generaciones jóvenes adopten el ritual del visionado ininterrumpido en una sala oscura. El streaming ofrece además ventajas que el cine no puede: pausar, retroceder, ver en partes y alternar series con películas, lo que se ajusta al ritmo de vida contemporáneo.

La propia dinámica del mercado ha reforzado la tendencia: en 2024, las diez películas más taquilleras del año fueron secuelas. Ello responde tanto al fracaso crítico y comercial de originales como a la confianza del público en sagas conocidas. Disney lo ha expresado con claridad. Su CEO, Bob Iger, reconoció que la compañía equilibrará secuelas y originales —con especial atención en animación— porque, en un panorama competitivo, las secuelas ofrecen un valor comercial conocido y requieren menos inversión en marketing.

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Frente a este escenario, el futuro de las salas no está sentenciado, pero sí condicionado a decisiones estratégicas. Una posible vía de recuperación pasa por la coordinación en la distribución: eliminar las tradicionales “temporadas de cine” y espaciar los grandes estrenos a lo largo del año para evitar la concentración y permitir que más títulos encuentren su público. A nivel de programación, abrir espacio a una mayor diversidad de propuestas —sin renunciar a las superproducciones— podría atraer a ese público de mediana edad que se ha alejado y revitalizar la oferta cultural local.

Además, recuperar la experiencia como valor diferencial del cine es imprescindible. La pantalla grande, el sonido inmersivo y el ritual colectivo siguen siendo activos que el hogar difícilmente reproduce. No obstante, estudios y salas deben colaborar para que esa experiencia sea también razonable en precio y cómoda en servicios, reduciendo fricciones como la polémica por la comida y mejorando la accesibilidad y la oferta complementaria.

En definitiva, las salas de cine permanecen como templos para los más acérrimos del séptimo arte, pero su supervivencia exige adaptación. El streaming no es un enemigo puro ni santo salvador: es un nuevo contexto que demanda respuestas estratégicas. Si la industria logra diversificar la oferta, racionalizar la distribución y revalorizar la experiencia de sala, estos espacios pueden recuperar parte de la fuerza que alguna vez los definió. Para lograrlo será necesario un esfuerzo conjunto entre estudios, exhibidores y políticas culturales que reconozcan el valor social y artístico del cine en pantalla grande.