La contaminación plástica es una de las crisis ambientales más urgentes del siglo XXI. Cada año se producen más de 400 millones de toneladas de plástico, pero solo el 9% se recicla. El resto termina en vertederos, se incinera o contamina ríos, suelos y océanos, afectando también la salud humana.

A pesar de la gravedad del problema, las negociaciones internacionales para establecer límites concretos a su producción fracasaron el año pasado en Busan. Ahora, más de 170 países intentarán retomar la iniciativa en una nueva cumbre que comienza este martes 5 de agosto en Ginebra, convocada por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA).

Lo que está en juego

El objetivo es lograr un acuerdo global y jurídicamente vinculante que no solo mejore la gestión de residuos, sino que también limite la producción de plásticos, especialmente los de un solo uso y los productos con químicos tóxicos.

Uno de los puntos más sensibles será el apoyo financiero a los países en desarrollo, para que puedan implementar políticas acordes al nuevo marco internacional.

Sin embargo, los desacuerdos son profundos. Por un lado, más de 100 países —incluidos muchos de África, América Latina, la Unión Europea y Alemania— impulsan un tratado ambicioso con metas de reducción concretas. Por el otro, productores de petróleo y grandes exportadores de plásticos, como Rusia, Irán y Arabia Saudita, buscan bloquear cualquier límite a la producción.

Para estos últimos, el problema radica exclusivamente en la mala gestión de residuos, eludiendo el debate sobre la sobreproducción.

Reducir los plásticos: ¿puede el mundo alcanzar un acuerdo global?

La posición de la industria

La industria del plástico también se hace presente en la cumbre con cientos de representantes y grupos de presión, superando incluso el número de delegados de la Unión Europea.

Virginia Janssens, directora de la Asociación Europea del Plástico, advirtió contra soluciones “demasiado simplistas” como limitar la producción mundial. Para ella, se necesita una “cooperación intersectorial” a lo largo de toda la cadena de valor, más allá del sector plástico.

Pero expertos como Bethanie Carney Almroth, ecotoxicóloga sueca, advierten sobre la creciente presión de la industria para desacreditar la ciencia, a menudo mediante estudios sesgados o minimizando el impacto real de los plásticos sobre la salud y el ambiente.

¿Y Europa? ¿Predica con el ejemplo?

Aunque países como Alemania, Francia y el Reino Unido se presentan como líderes del movimiento por una mayor regulación, algunos especialistas cuestionan su coherencia.

Aleksandar Rankovic, fundador del think tank Common Initiative, denuncia la hipocresía de las potencias europeas, que promueven metas ambiciosas sin comprometerse a una reducción concreta de su propia producción. Alemania, por ejemplo, es el mayor productor de plásticos de Europa, con más de ocho millones de toneladas al año.

Desde el Ministerio de Medio Ambiente alemán argumentan que aún no hay datos suficientes para definir metas numéricas obligatorias. Pero Rankovic cree que esta falta de voluntad política debilita el mensaje de liderazgo climático.

Una oportunidad histórica (que podría no concretarse)

Aunque el consenso científico urge a actuar, las expectativas para esta cumbre son moderadas. Rankovic sostiene que lo más probable es que se logre un acuerdo marco, una base mínima para continuar negociando en los próximos años.

La urgencia, sin embargo, es evidente: los microplásticos ya se encuentran en el agua, los alimentos y el cuerpo humano, y la producción mundial sigue creciendo.

El desafío es enorme: ¿podrán más de 170 países ponerse de acuerdo para reducir la dependencia del plástico sin ceder ante la presión de los grandes intereses industriales? La respuesta se comenzará a delinear en Ginebra.