Por Mariana Romero

La historia de cómo se resolvió uno de los crímenes más misteriosos de la historia judicial de Tucumán es profundamente femenina. Está poblada de mujeres que tenían miedo o el alma partida; de mujeres investigadoras, científicas, especialistas en derecho; de mujeres pobres de lomo duro para aguantar el frío y la noche. De mujeres valientes. Lograron una sentencia revolucionaria: la de Milagros Avellaneda y su bebé Benicio Coronel.

El último audio de Milagros
La noche en que la iban a matar, Milagros se reía de los nervios. Le había pedido a su amiga Flavia Mamaní que la acompañe a buscar a Roberto Rejas. Sabía que él no quería verla, sabía que le había prohibido ir a su casa y la había bloqueado por redes sociales. Pero tenía una motivación imparable: Benicio, de un año y ocho meses, era hijo de él. Y ella quería que lo reconociera. 

Muerta de risa y de miedo al rechazo, Milagros le dice a Flavia: “bueno, si él se enoja, yo le voy a decir a Beny que le haga burla, porque Beny, cuando alguien está enojado, él se ríe”. Y agrega: “Si vuelvo viva, salimos”. Es una de las últimas frases que pronunció en su vida. Desde esa noche, ella y el bebé permanecen desaparecidos.

"Si vuelvo viva, salimos"

La mejor amiga

Flavia Mamaní era amiga íntima de Milagros Avellaneda 
y sus hijos también. Solían quedarse a dormir una en la 
casa de la otra, junto a los pequeños. Se conocían desde 
la escuela primaria. Sin ella, el caso jamás se hubiera 
podido esclarecer.

Corría el año 2016 y la Policía todavía tenía esa práctica maldita de decretar que cuando una mujer desaparecía seguramente se había ido “con algún novio y ya va a volver sola”. Por eso, a Amalia Ojeda (mamá de Milagros y Abuela de Benicio) tardaron en tomarle la denuncia.

Milagros había salido el viernes 28 de octubre a la noche con el bebé y no volvió. A Amalia no le pareció extraño, creyó que, como siempre, se había quedado a dormir en lo de Flavia. El domingo, la situación cambió cuando la contactaron. Milagros no estaba allí.

Es entonces cuando Flavia entra en acción. Se entera de que su amiga no había vuelto y revela toda la verdad. Hasta el momento, sólo ella sabía que existía un hombre llamado Roberto Rejas, que era el verdadero padre de Benicio (Milagros estaba casada y tenía otro hijo con su marido) y que su amiga, la noche de la desaparición, había estado con él.

Flavia y la mamá de su amiga fueron juntas a la casa de este tal Rejas, que las atendió y les dijo que no conocía a ninguna Milagros Avellaneda y ningún bebé. Flavia lo increpó. Sabía todo sobre él. Sabía que había conocido a su amiga en 2014 y, producto de una relación fugaz de una noche, ella había quedado embarazada. Sabía que ambos se habían visto un mes atrás, en una plaza de zona sur, ella estaba ahí. Ella escuchó las amenazas. Él la quería fuera de su vida, a Milagros y al bebé. Le prohibió que lo contacte otra vez, le advirtió que si lo hacía “ahí me vas a conocer”. 

Al verse descubierto, Rejas admitió que conocía a Milagros y que la había visto por última vez dos meses atrás. No reconoció haber estado con ella la noche de la desaparición. Pronto, esa mentira caería gracias a las pruebas que Flavia Mamaní conservó en su teléfono celular.

Entonces fueron a radicar la denuncia. No hubo forma de convencer al personal de la Comisaría 11: una mujer que salió sin documentos, sin pañales ni mamadera había desaparecido junto a su bebé. Había estado por última vez con un hombre violento, que la había amenazado para que no lo volviera a contactar. Le respondieron que Milagros ya era bastante grande y hasta se podía enojar cuando vuelva si se enteraba que habían hecho una denuncia. Al final, un ayudante del oficial se ofreció a ir a la casa del tal Rejas, preguntó por él, le dijeron que no estaba, volvió a subir al móvil y le dijo a Amalia “negativo”. La denuncia, finalmente, fue aceptada el lunes. Milagros cumplía ya tres días desaparecida.

La investigadora

María del Carmen Reuter era titular
de la Fiscalía III del Centro Judicial
Capital. Le tocó, por turno, la causa.

Eran tiempos en que las unidades fiscales no estaban especializadas, tramitaban cualquier delito que ocurriera durante su turno, desde una pelea de vecinos hasta la desaparición de un bebé. Si María del Carmen Reuter hubiera tomado la denuncia que le llegó de manera rutinaria, a la usanza de la época, nunca se hubiera sabido lo que ocurrió.

"Si vuelvo viva, salimos"

La investigadora no perdió tiempo. El lunes, Rejas se había presentado en la comisaría en calidad de testigo y había declarado que sí se encontró con Milagros, pero que la dejó en la avenida Papa Francisco, a varias cuadras de su casa en perfecto estado de salud. Luego, contó, se fue en su auto hasta Monteros a buscar a una joven con la que se estaba conociendo pero, antes de llegar a verla, se arrepintió y volvió a su casa, pasada la medianoche. Sus padres podían corroborar su coartada.

En ese momento, Reuter activó una investigación con pocos precedentes en la provincia. En pocos meses, descubrió lo siguiente:

  • Que el celular de Milagros y el de Rejas tuvieron como última ubicación el parque 9 de Julio la noche de la desaparición y ambos se apagaron al mismo tiempo. El de Rejas se reactivó pasadas las 8 de la mañana, el de Milagros nunca se volvió a prender.
  • Que el auto de Rejas reaccionaba al Luminol, técnica que detecta rastros de sangre sobre las superficies.
  • Que el día siguiente a la desaparición, Rejas compró fundas nuevas para los asientos y envió el vehículo a un lavado que la empresa catalogó como “especial”, que incluía químicos que deterioraron el ADN de las muestras de sangre del interior.
  • Que Rejas, en esos días, buscó en Google “descomposición de cadáver”
  • Que el sospechoso había ido a buscar a un conocido que trabajaba en el Centro de Monitoreo para conocer la ubicación de las cámaras de seguridad de los accesos a la capital y la zona del Parque.
  • Que la mujer de Monteros a quien Rejas dijo que fue a buscar tras la desaparición no lo conocía, nunca se habían visto en la vida.  
  • Que Rejas no volvió a su casa pasada la medianoche, sino pasadas las 8 de la mañana.
  • Que la noche de la desaparición, Rejas había golpeado a Milagros Avellaneda.
  • Que el arma reglamentaria de Rejas tenía manchas de sangre en la culata y el cañón.

La mamá

Amalia Ojeda vende ensaladas de
frutas en su casa y, a veces, 
pochoclo y praliné. Es hermosa

Se levantó del infierno. Los primeros días de la desaparición de Milagros, Amalia no podía hablar. La prensa se había enterado de la desaparición de una joven y su hijo por los jugadores del club de Rugby Los Tarcos, donde el papá de Milagros, en su bicicleta, vendía achilata. Pero era imposible contactarlos, ninguno de los dos tenía celular. Como pudo, Miguel comenzó a hablar con los periodistas para que difundieran la foto de su hija, mientras Amalia se hundía cada vez más en una depresión de la que no parecía poder salir.

Fue su nieto Alvarito quien la despabiló. Tenía 6 años y todo lo que sabía era que su mamá y su hermano no estaban, Amalia no sabía qué contestar. Pero rara vez el miedo logra inmovilizar a una abuela. Es por eso que Amalia fue encontrando el camino para salir de la oscuridad.

"Si vuelvo viva, salimos"

Foto: La Garganta Poderosa

Se puso al hombro la crianza de su nieto y comenzó a marchar. Nunca había hablado a una cámara, jamás había “pasilleado” tribunales, tampoco había organizado una protesta ni sabía cómo pintar una bandera. Mientras Miguel se ahogaba en una melancolía de la que nunca pudo salir, Amalia le puso el cuerpo a la lucha. Y salió a pelear.

Los días se convirtieron en meses y los meses, en años. A Amalia jamás se le conoció otra ropa que no fuera una remera blanca estampada con las caras de su hija y su nieto en el pecho y, en la espalda, una leyenda que reza “mientras no te encuentre, hija, te seguiré buscando”. En el camino, perdió a su otro hijo José, en un accidente en moto. Pero a él sí tuvo dónde llevarle una flor.

Todo en medio de la pobreza es más difícil. Con una madre enferma a cargo y un nieto sin mamá, logró cobrar sólo dos meses del sueldo de Milagros (era trabajadora del Poder Judicial) y pronto ese ingreso se cortó por pedido de la familia de Roberto Rejas.

Amalia soportó, en medio de la investigación, un ataque insoportable. El abogado de los Rejas, de pronto, salió a poner en dudas que Milagros sea su hija biológica. Eso le dolió en el vientre, cuenta, porque allí había llevado ella a su bebé nueve meses y no podía comprender cómo alguien podía dudar de ello.

Es que, enfrente, tenía a una familia poco usual. Los Rejas no eran ciudadanos de a pie, todo lo contrario. Roberto, el sospechoso, era guardiacárcel y andaba armado, hasta que lo imputaron en la causa. Sus dos hermanas eran policías federales y su padre, nada menos que criminalista. Sabía cómo detectar huellas de un homicidio y, por lo tanto, cómo esconderlas. El hombre fue el encargado de llevar la voz cantante por su hijo y amenazó a Flavia para que no involucrara a su Roberto en la desaparición de Milagros, advirtiéndole todo el pedigree al que se enfrentaba. Rejas padre hoy estaría preso, de no ser porque la ley argentina no pena a quien encubre a su propio hijo.

La abogada

Silvia Furque es una de las abogadas más
reconocidas de Tucumán. Junto a su marido, 
Cergio Morfil, dirige uno de los estudios jurídicos
más eficaces y caros de la provincia

Amalia no tenía celular, menos iba a tener abogado. En el club Los Tarcos, donde su marido vendía achilata, jugaba el hijo de Silvia Furque. Como todos los rugbistas, estaba conmovido por lo que estaba viviendo Miguel y se lo comentó a su madre. Le pidió que representara a Amalia y ella accedió. Con los años, más que abogada, se convirtió en hermana.

Silvia Furque se hizo cargo de la causa de inmediato. No sólo asumió la querella, también se ocupó, durante años, de que el caso se mantuviera vigente en los medios de comunicación. Destruida por la falta de recursos de la Policía de Tucumán en esos tiempos, se presentó en Casa de Gobierno con un escrito para denunciar la desesperante situación. La nota detallaba todos los elementos que debía adquirir el Gobierno para la búsqueda de personas en la provincia: perros entrenados, visores infrarrojos, indumentaria para zonas complicadas, georradares y drones de visión nocturna, entre otros.

"Si vuelvo viva, salimos"

Aunque este dato nunca se hizo público, ella misma y su familia salieron  a buscar a Milagros en los sitios en que, suponía, podía haber sido escondido el cuerpo. Siguió todas las pistas, hasta las más descabelladas.

En aquellos tiempos, Amalia creía que Rejas, después de matar a Milagros, podría haber perdonado la vida al bebé y haberlo abandonado en algún lugar. Juntas, se acostumbraron a ver a cada niño que pasaba por la calle, a ir a cada sitio donde les decían que había un pequeño parecido, a comparar fotos, a preguntar por todos lados. Pronto, la verdad caería como un rayo de oscuridad: Milagros estaba muerta y Benicio también. Rejas había matado a su propio hijo.

La fiscal

Estela Giffoniello es una de las
fiscales más implacables
del fuero penal. Fue la encargada
de llevar la acusación durante el juicio.

Las audiencias comenzaron en agosto de 2021. Roberto Rejas, impecable de pies a cabeza y en libertad se sentaba frente al equipo de Estela Giffoniello; y a la izquierda del tribunal. Comenzaba a desplegar la batería de excusas para cada prueba que había en su contra y fue la fiscal la encargada de refutar cada una de ellas y sostener su validez.

"Si vuelvo viva, salimos"

Con un conocimiento a fondo de la causa, junto a la querellante Silvia Furque, Giffoniello interrogó minuciosamente a cada uno de los testigos y logró desvirtuar todas las coartadas que ofrecía la defensa.

  • Sobre el celular. Rejas sostenía que, tras el encuentro con Milagros, él volvió a su casa, se duchó, fue hasta las inmediaciones de Monteros y volvió a su hogar temprano. La Fiscalía logró probar que no lo hizo, porque el celular del acusado se conectaba automáticamente al wifi de su casa y no lo hizo durante toda la madrugada, hasta pasadas las 8. Tampoco registró actividad de internet (él lo usaba con mucha intensidad) por lo que dedujo que lo tuvo apagado para no registrar su ubicación.
  • Sobre el Luminol. Rejas explicó la reacción del Luminol argumentando que, días antes, había llevado un cerdo recién muerto en su auto, lo que podría haber dejado restos de sangre. Giffoniello resaltó el absurdo de la situación, puesto que nadie colocaría un animal sangrante en el asiento trasero de su auto sino en el baúl. Pero, además, eso no explicaba por qué no sólo el asiento tenía rastros, sino también el apoyacabezas y el techo. En el lugar había ocurrido un hecho de violencia que salpicó sangre hasta en los lugares más altos del vehículo.
  • Sobre las fundas nuevas que Rejas compró para los asientos. El imputado dijo que fue totalmente casual que, al día siguiente de la desaparición, cambiara las fundas del vehículo e incluso argumentó que las había señado antes de la desaparición. El dueño del comercio que se las vendió desmintió esa posibilidad y señaló que el negocio no trabaja con señas. Las fundas fueron compradas horas después del homicidio.
  • Sobre el lavado del auto después de la desaparición. El acusado dijo que era muy celoso de la limpieza de su auto y que un amigo suyo había vomitado en el asiento, por lo que limpiarlo era una necesidad. La Fiscal descubrió que el episodio había ocurrido cuatro meses antes y que era imposible que una persona obsesiva por la pulcritud tuviera el vehículo en ese estado durante tanto tiempo. Además, el dueño del negocio que hizo el trabajo, dijo que le encargaron un servicio “especial”, que incluye químicos que alteran el ADN de los restos biológicos.
  • Sobre la búsqueda en Google de la frase “descomposición de cadáver”. Rejas dijo que buscó ese dato por pedido de su padre, que era profesor de la Tecnicatura en Criminalística del Instituto Almafuerte. Fernando Rejas tenía a su cargo las materias “Fotografía Judicial” y “Dactiloscopía y Técnicas de Identificación Humana” y declaró, en favor de su hijo, que le pidió que googlee ese dato porque lo necesitaba para desarrollar un punto del temario de la materia que debía dictar en noviembre. Sin embargo, la Fiscal logró probar que el tema no correspondía a la cátedra en el programa de ese año y los docentes y el rector del instituto declararon que recién fue incluído en la currícula un año después.
  • Sobre la mujer de Monteros. Rejas dijo que la madrugada de la desaparición él no estuvo ocultando los cuerpos, sino que resolvió ir a buscar a una chica con la que tenía una relación incipiente y que vivía en Monteros. Agregó que, sin motivo alguno, antes de llegar a la casa de la joven se arrepintió y volvió a su casa. La Fiscalía llamó a declarar a la muchacha que confirmó que no conocía a Rejas personalmente sino por algún mensaje en redes sociales, que él nunca le dijo que esa noche la pasaría a buscar y que, aunque quisiera hacerlo de sorpresa, él no sabía la dirección de ella.

Cada prueba de manera aislada no podía tomarse como irrefutable pero, puestas en contexto, iban configurando un cuadro de borrado de rastros para procurar impunidad. Sin embargo, faltaba la más importante: Rejas había golpeado a Milagros esa noche. ¿Cómo logró Giffoniello probar eso? Fue la voz de la misma Milagros quien lo confirmó.

En esta parte del juicio vuelve a entrar en escena Flavia Mamaní, la amiga que reveló la existencia de Rejas y su nivel de violencia. La joven, pese a que había sido amenazada y, literalmente, temblaba de miedo, se presentó a declarar. Y, en esa audiencia, se conoció la prueba clave del caso: los mensajes de audio que ambas chicas se enviaron el día de la desaparición.

La víctima

Milagros Avellaneda tenía 26 años, era
empleada judicial, estaba casada y
era madre de dos niños. Se reía siempre

El último día de su vida, Milagros estaba nerviosa. Hacía tiempo ya que había tomado la decisión de decir la verdad y revelar que Rejas, un amor fugaz de una sola noche, era el verdadero papá de Benicio. Por eso, lo había contactado por Facebook y le había revelado que, tras su encuentro, ella había tenido un hijo suyo. Él reaccionó mal, la bloqueó y nunca más aceptó un contacto. Ella, entonces, creó perfiles falsos para lograr que él la escuchara.

Como nada funcionaba, un mes antes de morir Milagros fue personalmente hasta la casa de Rejas, con Benicio en los brazos y acompañada por su amiga Flavia. La situación fue humillante: el guardiacárcel no sólo no le permitió entrar sino que llevó al trío a una plaza cercana, donde discutió duramente con Milagros. Flavia sólo escuchó fragmentos, porque se mantuvo alejada para que ellos pudieran charlar. Luego, Rejas subió a las dos chicas y el bebé al auto, manejó en silencio hasta la terminal y las dejó allí para que tomaran un taxi. Antes de bajar, le pidió a Milagros que le anote su número de teléfono y le advirtió que no volviera a pisar su casa, de lo contrario, lo iba a “conocer”.

Milagros no se rindió. Un mes después, el viernes 28 de octubre de 2016, decidió volver a ir a buscarlo, con el bebé en brazos. Antes, pasó por una vidente para que le anticipe cómo le iba a ir y la mujer le respondió que bien, que vaya a buscarlo. Le pidió a Flavia que la acompañe, pero ella tenía otro compromiso y no pudo ir. Sin embargo, la sostuvo a la distancia mediante un fluido intercambio de audios de WhatsApp durante la tarde y la noche, hasta el momento mismo en que Milagros murió.

Los audios son impresionantes. Dos amigas conversan, entre risas nerviosas, sobre lo que está por hacer una de ellas: arriesgarse al rechazo nuevamente. En el medio, miles de planes para el día siguiente: volver al gimnasio, anotarse en un partido de fútbol que se iba a disputar, cambiar el antibiótico del bebé porque estaba con una alergia, salir a bailar.

Milagros: Deseame mucha suerte hoy, Flavia. No me van a poder hacer nada más que correrme. Ay, Flavia… No sé qué hacer hoy. Bueno, sí sé qué tengo que hacer, pero necesito suerte.

Dice la señora (por la vidente) que él sabe que en cualquier momento “le vas a caer", dice. Pero “yo te voy a ayudar”, dice, “para que salga todo bien”, dice. Una cosa es que se enoje y otra que no te atienda.

Ay, Flavia, pero vos no vas a estar conmigo. Bueno, tengo que ser más valiente.

Ah, necesito que me desees suerte. Bueno, yo tengo que ir a la señora antes de que pase lo... Tengo que ir, ¿verdad? Y después de ahí tengo que pasar a casa de él. Y ella me va a ayudar, digamos, a que salga todo bien. Y ella me dice que tengo que ir. Me dice que lo llame, pero no tengo cómo llamar. Me dice que vaya y que ella va a encomendar todo para que salga bien, dice. Que hay que ver qué pasa. Capaz que está esperando que yo vaya.

Capaz que no tiene el valor de decirme si lo quiero ver, o qué sé yo. Hay que ir y ver qué pasa. Y bueno, que sea lo que Dios quiera.

Encima justito ya hace un mes que no lo veo. Un mes de tortura. Y bueno, sí vamos a ir al gimnasio.

No lo entiendo. Tengo nervios. Muchos nervios. Yo voy a ir. Flavia, da una opinión. Hacé algo.

Flavia: Si vas a la casa de Roberto, ¿qué te puede hacer? O no te atiende, o te atiende. Y correrte, no te va a correr (risas). Tenés que ir tranquila y positiva, amiga. Va a salir todo bien. No te va a matar, o sea, no va a hacer nada malo.

Milagros: Ganas no le faltan a él, pero bueno, de matarme. Es que me causa tanta gracia cuando me ve enojada (risas) que yo me quiero reír, pero se me enoja peor. Bueno, si él se enoja, yo le voy a decir a Beny que le haga burla; porque Beny, cuando alguien está enojado, él se ríe (risas)

Pero tengo que tratar de no tratarlo mal. Bueno, ¿que vamos a salir a bailar o no? ¿A qué hora te vas a desocupar vos? Bueno, vos fíjate, si vuelvo viva, salimos.

Los audios se interrumpen en ese momento y se reanudan a la noche, cuando Milagros ya está con Rejas. Ya no se escuchan risas y la voz de Milagros se torna sombría.


Milagros: No estoy en mi casa todavía. Pasá dentro de un rato.

Flavia: ¿Pero qué? ¿Seguís con él o él ya se ha ido? 

Milagros: No, no se fue. Acá estamos todavía. Ya se ha cansado de pegar y de gritar y se ha quedado callado. Flavia. Flavia…

Los audios se interrumpen. Flavia le pregunta por mensaje escrito si está bien y si quiere que la vaya a buscar, si ya está por volver, si se verán más tarde. El tiempo pasa y Milagros no contesta. Son las 10 y media de la noche.

Treinta y ocho minutos más tarde, Flavia recibe un mensaje del celular de Milagros: “oki”. De inmediato, otro: “sí”. Y el último: “Estiy bien n valla a mi ksa”. La que escribe no es su amiga. El teléfono de Milagros se apaga. En el último audio de esa noche, que jamás llegará a su destino, Flavia le pregunta: “¿Por qué te desconectas?”

[ESCALOFRIANTE: LOS ÚLTIMOS AUDIOS DE MILAGROS AVELLANEDA]

El aguante

Grupo de mujeres que acompañó la 
lucha por justicia durante los nueve 
años que llevan Milagros y Benicio
desaparecidos

El día de la sentencia, el Tribunal -como es costumbre- no dio una hora estimada para el veredicto. Desde la mañana, Amalia Ojeda y su familia se instalaron en la vereda de Tribunales que, por lo menos, tiene una amplia escalera que se puede usar como asiento cuando las piernas flaquean de tanto esperar. De vez en cuando, la cantidad de personas que la acompañaban era tan grande que bajaban a la calle y se cortaba el tránsito. Los autos comenzaban a tocar bocina pero cuando veían quién estaba protestando, muchas mujeres se bajaban y abrazaban a Amalia para darle fuerzas en la espera.

Todas las que esperaban eran pobres. Había en ese grupo mujeres a las que le habían matado la hermana, o la hermana y el hijo, el marido, la mamá. Había también mujeres que no sufrieron pérdida alguna pero acompañaron siempre las marchas contra la impunidad. Estaban sus dos grandes amigas, vecinas de la cuadra. También militantes por los derechos de las mujeres. Y había hombres también, amigos de la lucha, que nunca la abandonaron

Aunque era primavera, el frío perforaba las camperas. Pronto llegó la siesta y los estómagos rugían, hasta que una de las mujeres del aguante se fue a su casa y trajo algo de comida. Otra, pidió un par de pizzas que alcanzaron para que cada una pudiera comer media porción. Hasta que llegó la salvación: alguien trajo una olla grande de guiso y allí las mujeres repusieron energías para un día al que todavía le faltaba mucho por terminar.

"Si vuelvo viva, salimos"

Cerca de las 8 de la noche, se anunció que el tribunal había llegado a una sentencia. Todos los medios de comunicación de la provincia estaban allí. Amalia, sentada entre el público, se llevó la mano al pecho. Las mujeres pensaron que se podría descompensar pero ella las tranquilizó: “estoy bien, acá está José, acompañándome”, les dijo, recordando a su hijo que murió sin saber qué le había ocurrido a su hermana.

La sentencia fue unánime: prisión perpetua para Rejas. Un punto el fallo había sido el motivo de una deliberación tan larga: los jueces le ofrecían al asesino rever la sentencia si él accedía a decir dónde había escondido los cuerpos. No había antecedente en el país de semejante oferta pero los magistrados entendieron, con justa razón, que nadie se iba a oponer a que ello ocurra. Cualquier cosa con tal de aliviar un poco el dolor de madre y abuela.

"Si vuelvo viva, salimos"

El tribunal ordenó el inmediato traslado del condenado al cuartel de bomberos y, luego, a la prisión. Pero el último capítulo de la historia estaba lejos de escribirse

La fuga
Al quinto día de encierro, Rejas se fugó. Era de noche cuando Amalia se enteró. Salió a la vereda y gritó. La Policía que la custodiaba se retiró. De inmediato, los vecinos comenzaron a salir de sus casas para rodear a Amalia, todos temíamos que Rejas, suelto, cobre venganza en su contra. La indignación fue creciendo y, de pronto, a las dos de la mañana, la bronca se convirtió en una insólita marcha que, de madrugada, salió de Barrio Lola Mora y llegó hasta Bomberos, de donde Rejas acababa de escaparse. Como suele ocurrir cuando la rabia es mucha, pronto aparecieron las gomas y el fuego en la vereda. Nadie durmió esa noche. Ni las siguientes.

"Si vuelvo viva, salimos"

Una tarde, tomando un café con la abogada Silvia Furque en barrio norte, le sonó el celular. Ella pegó un grito, los ojos se le llenaron de lágrimas y los labios de una amplia sonrisa. Rejas había sido hallado por la Policía en Salta. Fue trasladado a Tucumán, juzgado por la fuga (junto a uno de sus cómplices) y se le agregó a la perpetua la pena de un mes de prisión por escaparse. Desde entonces, pasa sus días en el penal de Villa Urquiza.

"Si vuelvo viva, salimos"

Las mujeres
Nunca se hallaron los cuerpos de Milagros y Benicio. Su destino hubiera sido un misterio si no fuera por un grupo de mujeres para las cuales rendirse no era una opción.

Una amiga que, muerta de miedo, reveló toda la verdad. Una investigadora que, con los limitados recursos que había en aquella época en la provincia, no dejó rincón sin investigar. Una madre que se convirtió en el rostro de la lucha contra la impunidad en Tucumán. Una abogada que dejó parte de su vida en los nueve años que lleva el caso. Una fiscal que defendió las pruebas con uñas y dientes y elaboró un alegato de cierre de profundo contenido feminista. Y el aguante, las mujeres que se pusieron la camiseta de Milagros y hasta el día de hoy siguen compartiendo mates y luchas con Amalia.

A todas ellas, el mayor de los respetos. La salida siempre es colectiva.

"Si vuelvo viva, salimos"