El niño que escribe la historia
Murió a los ocho años tras una operación de amígdalas. Este año, su caso abrirá el primer juicio por homicidio culposo por mala praxis médica en Tucumán. Esta es la historia de Matías Juárez y de una madre que no se rindió hasta abrir las puertas de la Justicia.
Por Mariana Romero
Algo habrá tenido Mati de especial que está haciendo historia. Tenía ocho años cuando murió, no venía de una familia poderosa ni millonaria. Jamás había salido en los diarios. Sin embargo, nueve años después, ahí está su nombre, a las puertas de los altos muros de la Justicia, a punto de entrar.
Se llamaba Matías Juárez y es la primera persona en la historia de la provincia cuya muerte será juzgada como homicidio culposo por mala praxis médica. El primer caso. Un caso histórico.
El último día en que vivió, Mati venía pensando en helado. Su mamá, María Luna, le había explicado que lo iban a operar de las amígdalas y todos, cuando somos chicos, sabemos que semejante trago amargo sólo puede endulzarse con cucuruchos y más cucuruchos. Iba pensando en eso, agarrado de la mano de la mamá cuando entraron al sanatorio San Lucas y le dijo: “Má, no te vas a olvidar de comprarme el helado”.
Venía durmiendo mal, estaba roncando y le dolía la garganta. María Luna lo llevó al médico Álvaro Enrique Páez, que inició un tratamiento con penicilina, pero el germen resistía. El doctor le recomendó la cirugía y ambos aceptaron. Ella, por mamá; él, por el helado.
Mati entró contento al sanatorio, quizás todo le habrá parecido un juego extraño de batas descartables y enfermeras divertidas que hablaban un idioma con la mamá y con él otro. Recuerda María Luna que estaba alegre y escuchaba atentamente cada vez que le explicaban que se iba a dormir y cuando despierte la mamá iba a estar ahí, con helado. Cuando estuvo listo para quirófano, se lo llevaron y desde la puerta, Mati le dijo “Mamá, te amo”. Esa fue la última vez que lo vio con vida o, por lo menos, con la vida que merecía. Eran las 11 de la mañana del 20 de octubre de 2006.
La operación se extendió más de lo previsto, aunque no había motivos: los estudios prequirúrgicos habían resultado bien y el grado de complejidad de la cirugía estaba catalogado como “riesgo 1-menor”. María y su marido esperaron en la habitación 117 del sanatorio San Lucas hasta que Mati apareció en el cuarto, semi sedado y con mal aspecto. “Mamá, no puedo abrir los ojos”, le dijo y comenzó a estirarse hacia atrás. María le dio la mano y Mati le repitió que no podía, no podía abrir los ojos. “Ayudame mamá”, le dijo mientras ella le apretaba la mano y veía cómo la boca se le iba poniendo morada. “Me duele la cabeza”, alcanzó a decir mientras su papá corría a buscar ayuda.
En este punto, uno creería que el sanatorio se revolucionó. O, al menos, el piso donde estaba Matías. Nada de eso. Según declararía seis años después la médica Federica Castro, que se desempeñaba en Terapia Intensiva del Sanatorio, fueron a buscarla ese mediodía el médico que había operado a Matías (Álvaro Páez, el mismo que lo venía tratando) junto a la anestesista para decirle que “cuando pueda lo vaya a ver, que estaba en la habitación 117 sin indicar el por qué ni el motivo”. Ella misma declara que los médicos se retiran y ella recibe una llamada de la enfermera del piso, pidiendo que vaya a la 117.
Cuando llega, Matías ya estaba siendo asistido por la médica del piso y tenía el oxígeno puesto. Federica Castro lo evaluó y dispuso que pase a terapia intensiva. En su propia declaración, se ocupa de aclarar que ella “no dispone del horario en que el paciente va a la terapia intensiva, todo depende del tiempo que transcurre desde que ve al niño y la organización del sanatorio que hace el traslado del mismo”. Finalmente, Castro abandona su turno a las 20, dejando a Matías “clínicamente estable” en la terapia intensiva. Dos horas después, comenzaría su muerte, que fue lenta y llena de dolor.
Cuando Matías vomitó sangre por primera vez eran las 22 y él estaba en Terapia Intensiva, que ya había cambiado de turno y estaba a cargo de la médica Florencia María Jerez. La sangre era oscura, con coágulos y Jerez toma la decisión de reponerla (le hace una transfusión), colocarle una sonda nasogástrica (esa especie de “manguerita” en la nariz para alimentar al paciente) y una sonda vesical ( para recoger la orina y mandarla a una bolsa). Finalmente, llama al médico que había operado a Matías, Álvaro Páez.
“Después el doctor Páez evalúa al paciente, él mismo decide mantener una conducta expectante que significa esperar a una nueva re-evaluación en horas posteriores”, declararía en la causa Jerez.
El segundo sangrado por la boca llegó a las 23. Jerez toma la misma decisión: “pasar solución endovenosas, glóbulos rojos y administra también vitamina K para ayudar a cohibir cualquier tipo de sangrado en ese momento”. Vuelve a llamar a Páez.
Páez llega a las 2 de la mañana del día siguiente, le revisa la herida y no encuentra que esté sangrando. Entonces aparece el fantasma, la posibilidad de que Mati esté sufriendo un daño neurológico. Sin embargo, el médico constata que el sangrado no provenía de la herida de la cirugía. ¿De dónde venía la sangre? Nunca lo averiguaron.
El médico vuelve a tomar la decisión de esperar, resuelve no ingresarlo a quirófano. A las 3:30 de la mañana, se produce la tercera crisis; esta vez más grave, porque viene acompañada de llanto, dolor de cabeza y excitación psicomotriz. Cuando le ven los ojos, tenía una pupila más dilatada que la otra. “La pupila derecha estaba dilatada y la izquierda contraída, lo que indica sufrimiento cerebral”, diría el expediente en un punto que, más tarde, será clave para decidir si los médicos van a prisión o no.
A esa hora, resuelven intubarlo y colocarle respirador “para proteger su cerebro”. El médico Páez vuelve a las 4.30 y, nuevamente, decide no volverlo a quirófano para explorar de dónde venía la sangre que Matías vomitaba. Ordena una tomografía, que recién sería realizada a las 6 de la mañana y cuyo resultado sería leído por el médico a las 13. Más tarde, comenzaría la fiebre. La vida de Matías, tal como había sido hasta entonces, ya no existía.
La madre
María Luna vivió esos días revolucionada, enloquecida. Los cinco días de Matías, leídos en una historia clínica, parecen una sucesión de hechos médicos que finalizan con la palabra más odiada del mundo, por insensible y trágica: “óbito”. Esos mismos cinco días son un caos en la cabeza de una madre que está perdiendo a su único hijo.
Así lo cuenta ella:
“Matías empezó con los sangrados. El primero, me decían, era producto de la misma cirugía. Luego tuvo otro, y ya el último fue por la boca y la nariz. Ahí mi hijo decía: ‘me duele la cabeza, me duele la cabeza’, y entonces empezó a sangrar. A nosotros nos sacaron afuera, y ya mi hijo estaba grave.
Yo le había pedido una tomografía a la doctora Federica Castro. Desde mi ignorancia, pensaba que podía ser por la anestesia. Tenía miedo de que le hubieran puesto anestesia de más y que mi hijo pudiera tener un daño cerebral. Le pregunté a la doctora Castro, y me dijo que no era necesario, que no hacía falta una tomografía.
Cuando sacan a Mati de la terapia intensiva, llaman a un neurólogo y ahí recién ordenan hacer una tomografía. Pero querían esperar hasta el otro día porque no había un técnico. También nos dijeron que había que esperar a que el tomógrafo se caliente. Así me lo dijeron, me acuerdo. Que eso iba a demorar.
Entonces les dije que iba a traer un escribano para que certifique todo lo que estaban haciendo, que no iba a esperar hasta el día siguiente y que los iba a denunciar a todos. Recién entonces actuaron. Llamaron al técnico, encendieron el tomógrafo, y nos llamaron a una habitación chiquita que tienen ahí. Estaban Álvaro Páez, Florencia Jerez y un neurólogo. Y ahí me dieron la peor noticia. En ese momento se me vino el mundo encima.
Me dijeron lo peor que me podían haber dicho: que mi hijo tenía la mitad del cerebro infartado. Matías ya estaba grave. Yo les pedía que me explicaran por qué estaba así, si había entrado por una cirugía programada. ¿Cómo podía ser que tuviera el cerebro dañado? Me respondían que era un caso que iba más allá de la naturaleza”
“Óbito”
Matías Juárez, de 8 años, cadete del liceo militar, hijo único y fanático de los helados, agonizó cinco días. A las 7:10 del 25 de octubre de 2016 fue declarado muerto.
María estalló. No lo sabía, pero acababa de instálarsele en el corazón un dolor del que jamás podría salir. Prometió ese día, a viva voz, que se iba a hacer justicia por su hijo. Llegó la Policía y llegaron los medios: un niño que debía estar tomando helado en su casa había muerto y, todavía, nadie lograba explicar por qué.
Esas horas fueron caóticas para la mamá: "se encerraron todos en la terapia intensiva y llamaron al 911. Incluso al personal policial lo trataron mal. Recuerdo que el comisario de la comisaría primera, en ese momento, fue hasta el servicio social de Flores para ponerse a disposición y también para contarme que, cuando se presentó, al personal policial también lo trataron mal. El personal de seguridad privada del sanatorio también tuvo una actitud hostil. Todo el tiempo fuimos tratados de mala manera, fuimos humillados por todo el servicio del sanatorio San Lucas. Cuando Mati falleció, fue como si quisieran sacarse rápido de encima el cuerpo de mi hijo. Querían que lo lleváramos rápido. Cuando llegó el personal de prensa, también los trataron mal”.
Ese día comenzaba para María Luna, mamá de Matías Juárez, un camino imposible: el de llevar a juicio a los médicos que habían atendido a su único hijo. Jamás en la historia penal de Tucumán un profesional se había sentado en el banquillo de los acusados a dar explicaciones ante un juez.
En el camino, María encontró una compañera que tomó el caso como personal: la abogada Silvia Furque. La profesional nunca le mintió: no había en Tucumán antecedente alguno de un juicio de homicidio culposo por mala praxis médica.
Silvia Furque. Foto: La Gaceta
Médicos y abogados
La primera dificultad que encuentran las causas por mala praxis es el abismo que separa el lenguaje (y el saber) médico del jurídico. Ni los fiscales que investigan ni los jueces que juzgan son médicos, pero tienen que decidir sobre hechos científicos médicos. Entonces, apelan a profesionales que expliquen cómo ocurrió la muerte que se está investigando, por qué y si se podría haber evitado. No sólo se debe hacer en un lenguaje sencillo y preciso: es requisito indispensable la buena fe. Estar dispuesto a señalar un mal accionar de un colega si es necesario.
"La primera dificultad es encontrar un perito de parte”, explica la abogada Silvia Furque. “Esa es la primera dificultad, porque vivimos en una provincia muy chica donde todos los médicos se conocen. Esa es la primera gran traba. Nosotros somos abogados; los jueces y los fiscales son abogados. Hacer una junta médica es un problema: cuesta conseguir médicos que sean fieles a la investigación. Al final, siempre hacen juntas médicas donde determinan que el colega estuvo bien”, agrega.
A María Luna le pasó. En la causa por la muerte de su hijo, dos juntas médicas determinaron que los pasos que siguieron los tres médicos acusados no estuvieron mal dados o, por lo menos, son aceptables. Lo que se buscaba era entender, en la mirada de estos profesionales llamados a investigar, era de dónde provenía el sangrado de Matías y si los médicos habían agotado todos los recursos para averiguarlo y detenerlo. O si, por el contrario, se limitaron a cortarlo y reponer la sangre perdida, sin indagar en su origen.
El mecanismo es el siguiente: los profesionales de la Junta médica reciben la documentación del paciente, incluida la historia clínica y contestan por escrito un cuestionario formulado por las defensas, la fiscalía y la querella. Estas son algunas de las respuestas que se recabaron:
Querella: ¿El shock hipovolémico que presentaba casi inmediatamente de salir del quirófano, estaría relacionado con el acto quirúrgico?
Junta: Es factible que el shock hipovolémico esté relacionado con el acto quirúrgico.
Querella: ¿Debería el médico cirujano haber reingresado al paciente en el quirófano, para evaluar un sangrado inmediato?
Junta: Se puede realizar una revisión quirúrgica en quirófano siempre que el estado del paciente lo permita. Además del examen del potencial sitio de sangrado, lo primordial es tratar la descompensación hemodinámica, aspecto del cuidado que se documenta en la historia clínica como cumplido.
(...)
Querella: ¿Hubiera sido lo adecuado realizar una interconsulta con otro médico de similar especialidad, como así también una práctica sencilla como utilizar un fibroscopio y así observar con más claridad de dónde venía dicho sangrado?
Junta: El fibroscopio puede ser de utilidad para examinar la rinofaringe y los lechos quirúrgicos de adenoides y amígdalas.
Querella. Era suficiente examinar la herida de la cirugía del paciente, abra la boca, y examinar en forma externa, o hubiera sido necesario la utilización de algún aparato de examinador de la zona?
Junta: Con abrir la boca ver la faringe es eficiente habitualmente para ver si hay sangrado.
Querella: El tratamiento del shock hipovolémico fue tratado en la terapia en reiteradas oportunidades en forma paliativa, ¿hubiera sido lo correcto determinar la causa del sangrado y cohibir la hemorragia?
Junta: Ante un sangrado hay que tratar de determinar la causa del mismo y cohibir la hemorragia.
(...)
Querella: ¿Si hubieran determinado con tiempo el origen del sangrado y cohibido la hemorragia, se hubiera evitado así la isquemia cerebral derecha, la cual es secundaria a la cirugía?
Junta: Si bien el shock hipovolémico existió, el mismo se estabilizó y la hemorragia se autolimitó. Esto se estima por los laboratorios postquirúrgicos y los signos vitales del menor.
La situación parece desesperante. La fiscalía y la querella -todos abogados- buscan respuestas concretas sobre si los médicos pudieron haber hecho algo para encontrar el origen del sangrado o si sólo se conformaron con detenerlo, sin conocer su origen para tratarlo. Las respuestas de la junta médica son escuetas, casi ambiguas.
Sin embargo, en su evaluación final concluye: “Debido a la complejidad, la dinámica y acelerada evolución del caso clínico, como así también la poca casuística y bibliografía con respecto a esta complicación y su tratamiento, no podemos aseverar que los galenos hayan incurrido en lo antes formulado”.
Esta junta médica se realizó en marzo de 2021, cuando Matías llevaba muerto ya casi cinco años. Antes, en 2017, se había realizado otra que había determinado que el "tratamiento médico y la indicación quirúrgica fue la correcta en este tipo de patología, como así también el proceder de los profesionales intervinientes".
Pero la pregunta seguía carcomiendo el corazón de María Luna ¿de dónde provenía el sangrado? ¿Por qué nunca se supo ni se volvió al quirófano para averiguarlo? ¿Matías se hubiera salvado si encontraban el origen de la hemorragia?
Coraje
Hubo un médico que no esquivó el problema. Para el neurocirujano Juan Antonio Masaguer, la muerte de Matías no fue causada directamente por el accidente cerebrovascular que figura en el acta de defunción, sino por una cadena de fallas médicas graves y evitables. Según declaró en la causa, el niño sufrió un sangrado abundante en la zona alta del aparato digestivo, probablemente originado en el área donde se le había practicado la operación de amígdalas. Esa sangre fue tragada y se acumuló en el estómago, lo que derivó en vómitos con coágulos y, sobre todo, en cuadros reiterados de shock hipovolémico: el cuerpo se quedaba sin volumen de sangre.
Masaguer remarcó que los médicos aplicaron tratamientos parciales, con transfusiones y sueros, que sólo lograban estabilizarlo de forma momentánea. Pero, al no detener la causa del sangrado, el cuadro se repetía una y otra vez. Matías fue sometido al menos a cuatro transfusiones de sangre. Con el paso de las horas, la pérdida sanguínea, la acidosis metabólica y la hipotermia generaron un colapso de los factores de coagulación, un escenario que en medicina se conoce como “el triángulo de la muerte”.
En la madrugada del día siguiente, cuando Matías ya presentaba signos claros de daño cerebral —como la dilatación asimétrica de sus pupilas (anisocoria)—, no se activaron los protocolos de emergencia que exigen una tomografía inmediata y la presencia urgente de un neurocirujano. La tomografía recién se hizo tres horas después, y fue evaluada casi diez horas más tarde. Para entonces, el daño cerebral ya era irreversible.
Masaguer subrayó que la isquemia cerebral fue una consecuencia, no una causa. En su opinión, el niño debería haber sido reintervenido quirúrgicamente para detener el sangrado desde un principio. También cuestionó que los médicos hayan intentado justificar el desenlace alegando que Matías era obeso o de “alto riesgo quirúrgico”, cuando tanto la anestesista como el propio cirujano lo habían clasificado como riesgo mínimo antes de la intervención.
Finalmente, el neurocirujano fue contundente: “Acá no hubo un trabajo en equipo. Cada médico actuó por separado y en tiempos distintos. Hubo una seguidilla de errores. La culpa no es del chico”.
¿Quién dice la verdad? Quizás la tercera junta médica, que se formará este año con los médicos forenses de la Corte Suprema de La Nación (fuera de Tucumán) pueda ayudar a esclarecerlo.
A las puertas de la ley
María Luna se convirtió en varias cosas, se desdobló. En horario comercial, era trabajadora de una firma de tarjeta de crédito. En su tiempo libre, se transformó en la cara de la lucha porque las causas por mala praxis médica llegaran a juicio. Fuera de cámara, explicaba a los periodistas con una paciencia infinita los vericuetos legales en los que iba cayendo la causa: suspensiones, apelaciones, confirmaciones y todo tipo de argucia legal que extendieron a casi una década el proceso. Conocía los nombres de todos los jueces, fiscales, secretarios y personal judicial que tocara la causa. Cuando avanzaba dos pasos, el caso retrocedía uno.
Tiene la voz suave, casi aniñada. Excepto cuando prende el megáfono. Durante 9 años exploró todas las formas de protesta: desde globos en la puerta del sanatorio, banderas gigantes en Tribunales, máscaras con la cara de Matías para que todos los manifestantes lucieran como él, publicaciones en las redes sociales y notas a los medios de comunicación en lenguaje sencillo. Una vez atacó a huevazos el edificio de Tribunales.
Mientras tanto, Silvia Furque, su abogada, sentía que la prescripción del caso le pisaba los talones: “la gente se está muriendo. La gente se está muriendo y a causa de eso es que las causas no avanzan, no pueden avanzar. Por más que los fiscales y los jueces quieran, no llegamos”.
Furque no es una novata en casos de mala praxis médica. Sin embargo, nunca había logrado llegar a juicio. “Yo, que creo que debo tener la mayor cantidad de casos de mala praxis de acá de la capital, no tengo ningún juicio todavía. No hay sentencia. A lo sumo, se hace una probation, pero no llegan. Los términos de la prescripción son cortos, entonces no llegan”.
“Tenés que ser fuerte”
Habían pasado ya ocho años de la muerte de Matías cuando Silvia Furque la llamó y le dijo “tenés que ser fuerte, tengo otro caso por mala praxis que está casi definido y, quizás ese llegue a juicio antes que el de tu hijo”. Era la causa Marisol Frías. María la conocía, por su puesto, había marchado junto a sus padres infinidad de veces pidiendo justicia por ella.
Marisol era enfermera y periodista. En 2021 entró a una laparoscópica sencilla para poder quedar embarazada con la promesa de que, por la tarde, estaría de nuevo en casa. Murió tras salir del quirófano. La investigación determinó que el anestesista no estuvo todo el tiempo de la cirugía con ella porque, literalmente, había programado dos operaciones al mismo tiempo. Quedó en el registro.
Silvia Furque consideraba que, si algún caso de mala praxis iba a llegar a juicio, era ese. Sin embargo, se equivocó. La Justicia aceptó una “probation” y el anestesista se fue a su casa como si nada. La probation (o “suspensión de juicio a prueba”) es una figura jurídica en la que el imputado reconoce los hechos pero es juzgado ni condenado (sus antecedentes penales quedan limpios) sino que se le imponen ciertas reglas de conducta. En el caso del anestesista de Marisol Frías, no podrá ejercer durante tres años.
Eso es todo, la esperanza de que se realice un juicio por mala praxis en Tucumán se esfumaba, como se esfumó la vida de Marisol Frías.
Un millón de pesos
Este año, los tres médicos imputados por la muerte de Matías Juárez también propusieron una probation. “Las médicas de la terapia intensiva, Federica Castro y Florencia Jerez, me ofrecieron un millón de pesos cada una; Álvaro Páez, que lo operó, me ofreció un millón trescientos más una donación a un merendero de cien mil pesos por mes durante un año”, detalla maría Luna.
“Ni la fiscal (Marta) Jeréz ni el juez aceptaron, pero los imputados apelaron. Cada una de estas apelaciones a mí me abre una ventana de varios meses hasta que se resuelve. Durante estos nueve años, todo fueron apelaciones, apelaciones de cada cosa que se resolvía. Cada vez que me decían que ellos habían apelado yo sabía que perdía otro medio año”, repasa la mamá de Matías.
El principio del fin
El 16 de mayo de este año, María Luna y Silvia Furque recibieron la notificación que esperaban desde hace casi nueve años. Firmada por el juez Dante Ibañez, comenzaba diciendo: “Fíjase los días 01, 02 y 03 de Octubre de 2025, a horas 08:30, para que tenga lugar la Audiencia de Debate Oral y Público en la presente causa”.
María Luna se largó a llorar. Con el tiempo, además de convertirse en experta en leyes, entrevistas y protestas, se volvió a convertir en mamá. Candela tiene 7 años y la cara de Mati, ese hermano que no conoció más que por fotos y por el tatuaje que se hizo su mamá en el brazo izquierdo.
En sus cumpleaños, además de niños, peloteros y golosinas, siempre estuvo presente al menos una mesa o dos de periodistas que, con el tiempo, se fueron haciendo parte de la vida de la nena, viéndola crecer y adivinando en sus ojos los de Matías, que no alcanzamos a conocer. Con el tiempo, ella comenzó a entender por qué esas personas que salían en televisión iban a su cumpleaños. Es tan cariñosa que pareciera que lleva dos corazones y no uno: el de su hermano y el de ella. Sus abrazos son lo más parecido a la esperanza que uno puede experimentar.
“Yo nunca quise venganza, lo que quiero es la verdad. Hace nueve años que sólo quiero la verdad”, dice María que, tras leer durante años palabras escuetas de los imputados y las juntas médicas en el expediente, sueña con el momento en que alguien le explique por qué perdió a su hijo. “Yo no estoy pidiendo nada que esté fuera de la ley, quiero que los acusados tengan la defensa que les corresponde. Si tuve que marchar durante todo este tiempo fue para que mi expediente no caiga en el olvido”.
El 1 de octubre, después de años ir a tribunales para recibir postergaciones, María Luna entrará por la puerta grande del edificio vidriado de España 430, sabiendo que está haciendo historia. Por primera vez, médicos se sentarán ante un tribunal a responder por sus prácticas. La acompañará Silvia Furque, la primera abogada en litigar en un juicio oral y público por homicidio culposo por mala praxis. En la vereda, seguramente con banderas y fotos de sus hijos, quedarán las demás familias que esperan que los altos muros de la Justicia también se abran para ellos.
Ahí estará Matías, también. El niño que escribió la historia.