Historias reales de prófugos imposibles
Un ladrón con bronceado europeo, un asesino que se casa esposado y un fantasma que asesina a su familia y se esfuma sin dejar rastro. Las fugas más increíbles de la historia penal de Tucumán.
Por Mariana Romero
Un hombre se descuelga de una soga desde la fortaleza de Villa Urquiza. Otro espera que la Argentina salga campeón de la Copa América y se va por los techos. Un abusador huye durante una salida transitoria y mata a toda su familia.
La historia tucumana está llena de prófugos de película. Hoy, te contamos las tres más asombrosas.
Máximo Arreyes
Esta es la historia de un musculoso y bronceado cordobés, facherísimo, con varios robos a bancos en su historial, una fuga escandalosa de la cárcel, una vecina que vio una soga, una vida relajada en las costas europeas y un carcelero jubilado que decidió escribir sus memorias.
Según las crónicas policiales de la época, la carrera delictiva de comenzó en los 80. Lo apodaban "El Indio" e integraba una banda de "chicos bien" que andaban en motos caras, moviendo negocios criminales. Sin embargo, fue en los 90 que cobró notoriedad a raíz de su primera condena por narcotráfico, en una causa que, además, se llevó puesta a la cúpula de Toxicomanía de Córdoba. Volvió a caer en el '97, por un asalto a un frigorífico del que, dicen, se llevó $97.000.
Para entonces, "la banda de los cordobeses", que él lideraba, ya era conocida en varias partes del país. Y tuvo, por supuesto, su actuación en Tucumán. En un asalto tipo comando, se llevaron de un cajero del Hiper Libertad una suma de más o menos 800.000 pesos-dólares. Entonces, Máximo fue a parar a la que entonces era nuestra única cárcel tucumana: la gloriosa Villa Urquiza. Ahí fue donde nuestro guardiacárcel –hoy jubilado– lo conoció: preso, pero millonario. Ahí fue donde lo vio por última vez, antes de su escandalosa fuga.
Lo que cuenta este guardiacárcel, ahora que decidió escribir sus memorias de prisión, fue cómo ocurrió esa fuga que, en el año 2001, le costó el puesto a 17 de sus compañeros y a la cúpula del Servicio Penitenciario de la provincia. "Este relato es espectacular", le digo al leerlo y, de pronto, cambia la cara. Me dice, serio, que esa noche casi le cuesta la carrera, que estaba muerto de miedo y que no fue nada divertido.
Por eso, quizás, comienza escribiendo "era una noche gris de abril...".(la crónica de La Gaceta señala que la fuga ocurrió en enero, lo cual me hace preguntarme si el miedo le imprimió en el recuerdo un halo de misterio invernal a la fuga)
"... hacía mucho frío y la niebla envolvía el muro del penal, no se veía nada. Entonces, escucho ruido de rejas que se abren y traen de la Unidad 1 a un preso cortado". El reo ensangrentado era un tal Chanchín, un "cachivache", como le dicen a los que causan siempre problemas.
A Chanchín, como se había cortado entero, tenían que trasladarlo a la guardia del hospital Avellaneda para que lo cosieran. Él lo sabría más tarde, pero ese era el primer paso de la fuga que estaba por concretarse esa misma noche. "En el frente del penal éramos solamente 10 y cuatro se fueron vigilando al preso herido. Eso resintió la guardia. Quedaron 3 arriba del muro y el oficial Chavarría les pidió que bajen a limpiar la sangre que había dejado en la tercera reja el interno cortado", escribe.
En ese momento, el oficial Chavarría aprovechó para esconder a tres presos por el sector lateral de panadería y, apenas el muro quedó a solas, los hizo subir por la escalera del cordón de centinelas. Arriba, les dio una soga y los hizo bajar uno por uno del lado de la libertad. La Gaceta publica que una vecina del penal estaba viendo todo: cómo los tres internos se descolgaban de la soga y, desde arriba, el guardia les indicaba que fueran hasta la avenida República del Líbano, donde "los esperaban dos autos para completar la huida".
El plan fue un éxito no sólo para Máximo, sino para sus compañeros. Según el guardiacárcel, eran un tal Josela y Martín Jerez, miembro de "la banda de la Gruta", que terminó acribillado años después, en un enfrentamiento con la Policía.
La triple fuga fue un escándalo: 17 miembros del Servicio Penitenciario fueron apartados de sus cargos y debieron renunciar los directores Noé Medina y Miguel Ángel Chaile. Por supuesto, se libró orden de captura contra los 3 fugados, pero sólo Máximo lograría burlar a la Justicia.
¿Cómo lo consiguió? Según el carcelero que cuenta la historia, el botín había sido de 800.000 pesos-dólares, una fortuna para la época que –sumado a los botines anteriores– le permitió darse una vida de lujos en los años siguientes. Se fue a Paraguay, Brasil y, finalmente, a Mallorca, España. Su vida, al parecer, transcurrió en paisajes asombrosos durante más de una década.
Por algún motivo, Máximo volvió a la Argentina en 2014, volvió a su Córdoba natal. Habían pasado 13 años de la fuga y creyó que era buena idea entrar a la Municipalidad de Río Cuarto a hacer vaya uno a saber qué trámite. Así que entró. Un policía que estaba de guardia lo reconoció y avisó a sus superiores. Comenzaron a seguirlo. Cuando estuvieron seguros, lo detuvieron. ¿Ese fue el fin de la buena vida de Máximo Arreyes? No.
Su abogado, Roberto Flores, acudió presuroso en su ayuda con una nueva carta de libertad: el pedido de captura había sido levantado un mes antes, a raíz de una resolución de la Justicia Federal, previa caución de $30.000: prescripción de la causa. Igual, a Máximo lo habían encontrado en posesión ilegal de un arma, así que se comió algunos días tras las rejas. Luego, fue liberado, vino a Tucumán a cumplir algunos trámites de la prescripción y siguió con su vida. Abrió un perfil de Facebook en el que comenzó a subir fotos de su apacible nueva vida, sus viajes por el norte argentino, su físico envidiable y su eterno bronceado, junto a sus seres queridos. Recibió cientos de comentarios con halagos, bromas y buenos deseos.
Entonces, se le pierde el rastro. No sé qué será de su vida en la actualidad. Está en libertad y, probablemente, esté leyendo estas líneas, quizás con algo de diversión. Nunca lo vi en persona pero sí conocí a un amigo suyo, de las épocas en que ya la causa había prescripto. “Es un gran hombre”, lo definió.
“Muñeca” Fernández
A diferencia de la de Máximo Arreyes, la historia del doble asesino de Villa 9 de Julio “Muñeca” Fernández no tiene nada de pintoresca ni glamorosa. Está plagada de crueldad y sinsentido.
La noche del 10 de julio de 2021, la Selección Argentina de Fútbol jugaba la final de la Copa América contra Brasil y, por supuesto, en la comisaría 5° de la capital tucumana estaban siguiendo el partido. Luciano Fernández, conocido como “Muñeca”, detenido allí, también estaba atento, pero por otro motivo. Mientras la Scaloneta se consagraba campeona y el país se fundía en un solo grito de alegría, seis presos aprovechaban el ruidaje para sacar una reja, subirse al techo de la dependencia policial, saltar una tapia y salir corriendo del lugar.
No era su primera fuga, ni sería sería la última. Los dos muertos que arrastraba en su prontuario estuvieron cerca de ser tres, pero ya llegaremos a ese punto. Muñeca estaba preso porque había matado a un joven en 2014 y a un niño en 2018.
El 21 de julio de 2018, en Banda del Río Salí, Ricardito Ocaranza, de 10 años, estaba jugando con un amigo en la vereda de la casa. Se armó una pelea vecinal. Muñeca apareció con un arma y comenzó a disparar. Hirió a los dos niños. A Ricardito la bala le entró por la axila y le dio en el corazón. No pudieron salvarlo. Su amigo, de 12 años, recibió el disparo en el brazo y sobrevivió. Muñeca se fugó.
Lo atraparon días más tarde yéndose aTermas de Río Hondo. Se estaba fugando con su mujer y su hijo, a quienes dejó abandonados tras caerse de la moto en plena persecución (él, más tarde, negaría haber abandonado a su familia). Se metió en un monte, pero los policías lo atraparon. Cuando lo trasladaban a Tucumán, se enteraron de que Muñeca tenía pedido de captura porque el de Ricardito no era su primer homicidio.
Cuatro años antes, en una vieja disputa vecinal, había matado a Franco Soria de dos disparos y, como había recibido un balazo en el pie, le dieron domiciliaria. La violó y reapareció en Banda del Río Salí para cobrarse su segunda vida.
Asesino doble, prófugo compulsivo, Muñeca nunca había pisado la cárcel. Por cuestiones humanitarias, se lo mantenía en comisarías porque el balazo en el pie lo dejó con una renguera permanente. Por eso, tras dos homicidios y dos fugas, seguía en la comisaría 5° la noche en que Argentina salió campeón de América y su pie pareció cobrar vida de pronto y no fallarle al huir por los techos. A tal punto fue milagrosa su recuperación que lo primero que hizo esa noche fue ir a buscar a la familia de su primera víctima y atacarla a tiros. Cuando fueron a denunciar el hecho a la comisaría 10°, Muñeca, en perfecto estado de salud se presentó en la vereda y los volvió a atacar. Los Policías advirtieron que el prófugo estaba en la puerta de la dependencia, lo siguieron, pero no lograron alcanzarlo.
Muñeca fue recapturado varios días después, porque se había robado una moto. La policía lo encontró escondido debajo de la cama. Pero no fue a la cárcel. Por el contrario, fue trasladado al instituto Falivene, una dependencia policial de baja seguridad no adaptada para tener detenidos peligrosos, con una hermosa huerta y un frágil alambrado, además de uno o dos policías por turno.
En enero de 2023, le pidió ayuda al guardia porque se sentía enfermo. El uniformado se acercó y Muñeca le rompió la cabeza con un hierro y se fugó. El Policía sobrevivió, pero quedó discapacitado. Nunca pudo volver a trabajar y su vida quedó arruinada. Todavía entra y sale de los hospitales. Muñeca fue capturado en marzo y adivinen dónde fue alojado: otra vez en el Falivene, el pequeño centro del que se había fugado.
En julio de ese año, un hombre entró al lugar diciendo que le habían robado y que quería hacer la denuncia. Una vez adentro, sacó un arma y apuntó al guardia a la cabeza: le exigió que libere a Muñeca. Otra vez, el doble asesino quedaba en libertad.
Muñeca fue atrapado en diciembre de ese mismo año, en Villa 9 de Julio (su propio barrio), andando en moto. Pese a su discapacidad, intentó huir pero no lo logró. Desde entonces, sigue preso
En marzo de 2024, con 28 años de edad, una condena también a 28 años de prisión, dos muertos y medio en su historial y cinco fugas en su prontuario, Muñeca Fernández se casó con una mujer también presa. En la foto de bodas, ambos aparecen sonriendo en la vereda del Registro Civil del centro. Eso sí: los dos esposados. Ninguno de los dos se fugó.
El “Loco” Vera
Es, quizás, el prófugo más siniestro y temido de Tucumán. En el sur de la provincia, hay quienes dicen que lo vieron, que vive en el monte o que cruzó a Santiago del Estero. La idea de que “El Loco” Vera pueda deambular por ahí sigue sembrando terror en Los Pizarro.
Jorge Vera había sido denunciado por una de sus hijas por abuso sexual cuando el resto de su familia se animó a hablar. “El Loco” había abusado sexualmente de ella y dos de sus hermanos durante años. En el año 2001, los horrores de la casa de los Vera fueron confirmados y él fue condenado a nueve años de prisión. Tras la sentencia, Vera juró vengarse de su propia familia. Nadie lo tomó en serio.
Su comportamiento en la cárcel fue ejemplar y, por eso, en el año 2005 pidió tener salidas transitorias para “reinsertarse socialmente”. Pero su problema seguían siendo los informes psicológicos, que lo definían como “egocéntrico, con pensamiento mágico, escasa capacidad de espera y reactividad agresiva”. “Evidencia falta de control sobre su vida pulsional (en psicoanálisis, energía psíquica profunda que orienta el comportamiento hacia un fin y se descarga al conseguirlo) y emocional, irritabilidad y tendencia a la actuación. Posee características perversas de la personalidad”, completaban.
Sin embargo, lo logró. El trámite le llevó dos años, durante los cuales su familia, aterrada, pidió protección a la Justicia. Finalmente, “El Loco” consiguió el permiso y sus familiares un papel que rezaba “restricción de acercamiento”.
El 9 de junio de 2007, El Loco salió del penal con un permiso. Debía volver el 11, dos días más tarde, pero nunca regresó. A nadie en la Justicia pareció llamarle la atención porque el día 13, en la casa de los Vera, no había protección para su familia ni custodia policial.
El Loco entró por la noche y encontró a su esposa, Olga Zamudio y dos de sus hijos, Jorge y Gustavo, de 18 y 22 años. Los ató con cinta de embalar y con un cuchillo comenzó a cortarles la piel. No se sabe cuánto duró la tortura; pero sí que, cumplido el objetivo, Vera sacó una pistola calibre 11.25, les disparó y huyó. Gustavo sobrevivió al tiro, logró arrastrarse hasta la casa de una vecina para pedir ayuda y contó lo ocurrido. Lo trasladaron al hospital, pero llegó sin vida.
Nunca más se supo de El Loco. Los allanamientos y los rastrillajes fueron febriles, se peinó la zona de Los Pizarro y numerosas localidades más, pero jamás se halló una pista de dónde podría haber ido.
La causa por el triple homicidio de Los Pizarro prescribió en 2022. Hoy, El Loco Vera podría poner fin al misterio y presentarse, como un ciudadano común y corriente ante un juez a pedir un papel que certifique que no le debe nada a la Justicia y salir caminando en libertad.