Por Mariana Romero

A Enrique Ginard le quedaban pocos minutos de vida. Era la madrugada del 24 de mayo de 2022 y quería seguir tomando, pero no tenía un peso. Así que decidió salir a robar. Lo único que encontró fue un colchón. Lo puso en el carro y salió a ver quién se lo podía cambiar por vino. Tuvo suerte: en medio de la noche, en pleno barrio 11 de Marzo, alguien se lo compró por 400 pesos. Con esa plata, compró alcohol y volvió a la casa de su ex novia. Se quedó en la vereda nomás, con un amigo, a esperar que amaneciera.

Entonces, una moto con dos hombres a bordo paró a pocos metros de él. Ninguno dijo nada, ninguno se sacó el casco. El que iba atrás lo apuntó con un arma, le disparó tres veces y se fue. Lo último que hizo Ginard en su vida fue ver a su ex mujer que se asomaba por una ventana, le dijo “me cuetiaron”, se desplomó y murió.

Pichón Aráoz, el hombre que murió dos veces

“Asesinan a un hombre”, tituló la prensa al día siguiente una escuálida nota sin foto, que muy poca gente leyó. El nombre de Enrique Ginard ya no le resultaba familiar a nadie, ni remitía a ese Tucumán de principios de los 2000, azotado por el hambre y la delincuencia. Es probable que el propio asesino de Ginard incluso haya nacido después del esplendor del Night Club, uno de los prostíbulos más famosos de El Bajo, escenario de un misterio que su muerte sepultó para siempre.

Ginard se llevó su último secreto a la tumba. Sólo él sabía lo que había ocurrido el 1 de agosto de 2003 en El Bajo, cuando mataron a Pichón Aráoz, el portero del Night Club.

Tucumán miseria

A principios de este siglo, en Tucumán todavía quedaban las secuelas de la hambruna que la hizo famosa en el país por la desnutrición de sus niños. En la Maternidad, las parturientas compartían cama y se turnaban para descansar. En los barrios, pululaban los comedores infantiles con criaturas con la panza hinchada y la cabeza grande, pidiendo un plato de guiso para sobrevivir un día más. El Plan Trabajar no daba abasto con $150 para sostener las casas y el desempleo hacía estragos.

En plena ciudad -o ya cayéndose hacia el este- se erigía El Bajo, la zona de la Terminal de Ómnibus vieja, que se había transformado en una gran feria de chucherías durante el día y un prostíbulo a cielo abierto durante la noche. Convivían, por las madrugadas, los cines porno con los bares de cerveza barata y los llamados “cabarets”. Madamas de cuerpo desvencijado regenteaban mujeres (se cree que también varones y, se dice, hasta un perro cocker) para satisfacción de clientes con poca plata y moral más baja. Había menores de edad.

A ese hervidero había ido a parar Pichón Aráoz. Se llamaba, en realidad, Héctor y no era del ambiente. Había trabajado toda su vida en la construcción pero no había obras, no había trabajo y, en casa, tenía cuatro hijos a quienes darles de comer. En el pasaje Sargento Gómez 50, frente a la Terminal Vieja, estaban buscando un portero y ofrecían un pago de $15 por noche. Aunque Pichón no sabía nada sobre prostíbulos ni sobre la vida nocturna, se presentó. Así comenzó a trabajar en el Night Club.

Pichón Aráoz, el hombre que murió dos veces

El “Loco Pichón”

“Llegaba a la casa y empezaba a gritar ‘Débora, Gabriel, José, Esteban ¿ya están dormidos?’ ‘Sí’, le decíamos. ‘¿Y entonces por qué contestan?’, nos gritaba y se empezaba a matar de risa”. Esteban Aráoz, hijo de Pichón, recuerda poco a su padre siendo feliz. Dice que no le gustaba el empleo nuevo, pero que la miseria los estaba comiendo cuando él empezó a trabajar en el prostíbulo. Le decían “El Loco” Pichón porque le gustaba hacer bromas todo el tiempo y hablaba fuerte. También le gustaba bailar rock and roll, se sabía experto y hasta dicen que una vez ganó un concurso.

Cuando Pichón empezó a ganar sus $15 por noche, en casa empezaron a cambiar el mate cocido con pan por platos de fideo y arroz. A veces, cuenta Esteban, llegaba con fiambre para hacer una picada y, para ellos, que eran chicos, era como una especie de fiesta de la abundancia.

Pichón Aráoz, el hombre que murió dos veces

Esteban tenía 11 años la madrugada del 1 de agosto de 2003, cuando cuatro personas en un auto bordó se presentaron en su casa. “Tu papá ha salido a comprar cigarrillos y por robarle la bicicleta le han pegado un tiro, lo están operando en el Centro de Salud”, le dijeron. Era mentira: Pichón estaba muerto dentro del prostíbulo. Le habían pegado un tiro y se había desangrado sin que nadie lo asistiera.

Cuando lo enterraron, Esteban le prometió a su papá en voz muy baja que iba a hacer justicia por él. “Todos los chicos dicen que cuando sean grandes van a ser médicos, o policías; pero yo siempre soñé con ser grande para hacer justicia por mi papá. Yo no tengo un recuerdo de jugar a la pelota con él en una plaza o de bailar con él. Yo solamente me acuerdo que en el velorio le prometí que se iba a hacer justicia”, cuenta.

Pichón Aráoz, el hombre que murió dos veces

Con la muerte de Pichón comenzaron las pesadillas y volvió la miseria en la casa de los Aráoz. A los 12 años, Esteban ya estaba trabajando de lo que podía para aportar algo en la casa. “Iba y limpiaba los fondos de las casas, me daban dos o tres pesos que yo le daba a mi mamá; porque volvimos al mate cocido con pan casi toda la semana, comer un guiso era un lujo, un lujo”, cuenta.

Las noches eran los tiempos de más desesperación para Esteban, porque soñaba con su papá: “como que estaba de viaje, nunca soñaba que lo habían matado”. Entonces, cuando se despertaba, por un momento sentía que Pichón iba a entrar por la puerta. Era un instante, un segundo quizás, hasta que recordaba que estaba muerto. Era como si lo mataran todas las noches. Todavía, a sus 33 años, a veces le pasa.

Pichón Aráoz, el hombre que murió dos veces

Por las mañanas, la cosa era distinta. Su mamá, Dora Jorrat, se levantaba a las 5 para preparar el desayuno y, antes de que los chicos se despertaran, empezaba a caminar. “Se iba a pie porque no tenía para el colectivo, todos los días antes del trabajo, pasaba por Tribunales a ver si había alguna novedad”, recuerda.

La infancia de Esteban transcurrió entre la escuela, el trabajo y los pasillos de Tribunales, de la mano de su mamá. Cuando dice “Tribunales”, golpea con el dedo una montaña de papel sobre la mesa. Son tres pilas, de 200 fojas cada una: las actuaciones del expediente sólo de 2003 y 2004. Entreveros de hojas escritas a máquina, a mano o con computadoras viejas, en un lenguaje indescifrable y con una lógica imposible.

No hay una explicación racional sobre por qué la causa tardó 18 años y medio en llegar a juicio. En el expediente figuran declaraciones de testigos que dicen que no vieron y, después, que sí vieron; otros, que solamente escucharon. Hay oficios, cédulas, traslados, apelaciones y todo tipo de chicana procesal. Lo único que no hay es una sentencia.

En el año 2022, la causa finalmente llegó a juicio oral. Esteban se levantó temprano la mañana en que le iban a informar la fecha del inicio, abrió el celular para ver si ya le habían enviado el mensaje con el dato y se dio con otra noticia. “Mataron a un hombre”, decía la nota. El muerto era Enrique Ginard, la última esperanza de Esteban de saber quién y por qué mataron a su papá.

La noche del crimen

1 de agosto de 2003. La noche en que lo mataron, a Pichón Aráoz no le tocaba ir a trabajar. De hecho, estaba queriendo renunciar. “Ya me tiene cansado el hijo de ‘El Gato’ Hugo, cómo me falta el respeto, se hace el pícaro con la chica de la facultad”, había alcanzado a escuchar Esteban en una conversación entre su papá y su mamá. La vida nocturna, el trato hacia las mujeres y el peligro lo habían espantado.

Esa noche no le tocaba trabajar, pero sus jefes lo fueron a buscar. Los dueños del prostíbulo eran María Peñaflor, conocida como “Mary” y su esposo, Hugo Díaz, policía de día y prostituyente de noche. Sí, el prostíbulo era de un policía. Lo conocían como “El Gato” Hugo en el ambiente. Le pidieron a Pichón que haga una excepción, le dijeron que lo necesitaban esa noche. Él no quería, pero fue.

De acuerdo al expediente, antes de la medianoche entró al Night Club un joven vestido de pantalón claro y buzo oscuro, aunque las versiones no coinciden en los colores ni en las prendas. Todos dicen que llevaba gorra y que tenía hechos los “claritos” en el pelo. Era joven, delgado y de estatura mediana. Aseguran que pidió una cerveza y se puso a tomarla. Pasados 40 minutos de la medianoche, se escuchó un disparo y el muchacho escapó del lugar.

El expediente, entonces, hace una vuelta mágica y encuentra el nombre del sospechoso. ¿Cómo? Con la fórmula milagrosa con que se resolvían los crímenes en aquella época: “Averiguaciones Policiales”. Se realizaron en la zona de la ex Terminal, obran a fojas 34 y 109 y determinaron que el asesino era Enrique Ginard.

Inconsistencias

La familia Aráoz se sorprendió. ¿Quién era Ginard y por qué había matado a Pichón? Las declaraciones eran confusas. A esa altura, todos habían declarado que escucharon el disparo pero nadie lo había visto. Deducían que el asesino era el muchacho de gorra que se fue del lugar.

Pichón Aráoz, el hombre que murió dos veces

Con el paso del tiempo, la hipótesis del asesino sin motivo fue tomando forma cuando los testigos comenzaron a acomodar sus declaraciones. Así, una mujer que estaba en el lugar y que, al comienzo dijo que no había visto el disparo, vuelve a presentarse para cambiar su declaración y decir que sí lo vio. O, en realidad, que vio a Ginard con el arma en la mano tras el disparo, persiguiendo a Pichón para rematarlo.

El testimonio que sostiene la hipótesis de que Ginard fue el asesino es el de “Micky” Córdoba, otro portero del lugar. Él dijo que vio al joven discutir temprano con Pichón, que se fue enojado, volvió más tarde, pidió una cerveza y se puso a tomarla mientras miraba fijo a la víctima. Y que, en un momento, se paró sin decir nada, levantó la mano y se escuchó un estampido. Sin embargo, los horarios que declara no coinciden con el resto de las declaraciones.

Ginard no era ningún “trigo limpio”, decía la Policía: tenía antecedentes penales. De hecho, cuando lo detuvieron, se dieron con que se había cortado el pelo, pero un peritaje encontró restos de los famosos “claritos” que tenía el sospechoso. Él reconoció que estuvo esa noche en el Night Club, negó ser el asesino. Dijo que se cortó el pelo porque se enteró de que estaban buscando a un sospechoso con sus características físicas y no quería que lo encuentren para hacerlo declarar como testigo, porque ya tenía una condena de cumplimiento condicional. Nunca reconoció el crimen.

Pichón Aráoz, el hombre que murió dos veces

Delincuentes

Aunque Ginard ya había cometido robos, no es el único delincuente en esta historia. Ni el más peligroso. Los dueños del prostíbulo, en realidad, también lo eran. 

Mary Peñaflor, su esposo “El Gato” Hugo Díaz (policía y prostituyente a la vez) y el hijo de ambos, Hugo “El bicho” Díaz, integraban una red de trata de personas que captaban y explotaban sexualmente a mujeres contra su voluntad desde hacía tiempo, no sólo en el Night Club sino en otro prostíbulo que funcionaba en Alsina al 700 y se llamaba “El límite”. Ofrecían, entre otras, mujeres embarazadas.

Pichón Aráoz, el hombre que murió dos veces

En aquellos tiempos, en el año 2003, la sociedad era mucho más tolerante respecto de la esclavitud sexual. Sin embargo, el negocio movía millones en la provincia y en todo el país, combinado también con el tráfico de drogas, indispensable para que las mujeres se sometieran a los 15 “pases” que tenían que soportar cada noche.

Sin embargo, a Pichón Aráoz el ambiente no le gustaba. No toleraba el trato que tenían los dueños con las jóvenes, la manera en que las trataban los “clientes” y tampoco la forma en la que sus jefes lo trataban a él. Especialmente, tenía problemas con “El bicho”, hijo del matrimonio que regenteaba el cabaret.

La familia de Pichón siempre sospechó de ellos. Incluso, llegaron a estar detenidos. Pero nunca se les imputó el crimen. ¿Por qué? Acá hay que hacer una pausa y detenerse en el lugar y el momento del crimen.

Cuando mataron a Pichón Aráoz, Mary Peñaflor estaba en el lugar. Lo primero que hizo, en lugar de llamar a la Policía o a una ambulancia, fue llamar a su esposo. Sí, el “Gato Hugo” fue el primer policía en llegar al sitio. Casualmente, también era el dueño del lugar. El Gato estuvo a solas con los testigos que luego armaron la teoría del asesino sin motivo y también estuvo a solas con Pichón, que todavía estaba vivo pero desangrándose. No cumplió con el deber que obliga al personal policial de prestar auxilio.

La primera versión de lo ocurrido salió de él. Del propio dueño del lugar, esposo y padre de las únicas dos personas con las que Pichón tenía problemas y que tenían motivos para matarlo: no era “del palo” y se estaba transformando en un testigo incómodo de los delitos que se cometían en el cabaret. Por algo, El Gato se jugó la carrera (incumplió su deber de policía de asistir a la víctima cuando todavía estaba con vida) y lo dejó morir en el lugar. Pichón tardó una hora en dejar de respirar.

La inexplicable actitud de permitir que Pichón se muriera sin asistencia médica (el hospital estaba cerca) le valió a él, a su esposa y a su hijo sólo una imputación por abandono de persona. No había forma de culparlo de algo más: todos los testigos apuntaban contra el desconocido Ginard. La Justicia, sin embargo, no tuvo en cuenta que esos testigos eran empleados de él, cómplices de sus delitos y mujeres que estaban contra su voluntad como prostitutas. Estuvieron detenidos los tres (madre, padre e hijo), pero pronto recuperaron la libertad, aunque la imputación persistiría.

Trata de personas

El Gato murió pocos años después. Para esa época, la Justicia Federal ya había puesto el ojo en el Night Club, había pinchado teléfonos y, en 2014, allanó el lugar y liberó a las mujeres que estaban allí. Mary Peñaflor y su hijo fueron presos y, en 2021, finalmente condenados por el delito de trata de personas.

Pichón Aráoz, el hombre que murió dos veces

Meses más tarde, el edificio fue decomisado y destinado a instalar una oficina de Gendarmería Nacional y un refugio para mujeres en situación de calle, que no terminó de construirse por las nuevas políticas económicas del Gobierno Nacional. 

Pero en esos días, fue abierto a la prensa, que pudo ver con sus propios ojos el horror que encerraban esas paredes, los rastros que habían dejado las mujeres allí amontonadas, soportando, uno tras otros, cuerpos desconocidos que, por dos pesos, hacían con ellas lo que se les daba la gana.

Los Primeros Tucuman

El juicio de Pichón

En 2022 le avisaron a Estaban Aráoz que, finalmente, iba a comenzar el juicio por la muerte de Pichón, su padre. La causa "Ginard, Enrique s/Homicidio - Víct. Aráoz, Héctor" tenía fecha de inicio: el 25 de abril. Dora, su viuda, había muerto varios años atrás, pidiendo justicia.

Esteban se ilusionó. Había pasado mucho tiempo pero sentía la necesidad de escuchar lo que tenía para decir Ginard ¿había sido él el autor del crimen? Por otro lado, los testigos que quedaban vivos ya estaban librados del poder de Mary Peñaflor y su hijo, ya presos y de El Gato, fallecido. ¿Cambiarían su declaración? Esteban sentía que su vida sólo había transcurrido para ese día. Para cumplir la promesa que le hizo a su papá: se va a hacer justicia.

Luego de 18 años, comienza el juicio por el asesinato de "Pichón" Aráoz

El día fijado para el comienzo del juicio, los hijos de Pichón se presentaron a la primera audiencia. Los tiempos habían cambiado y, en lugar del descomunal Palacio de Tribunales de barrio sur, se encontraban en el moderno edificio vidriado de calle España, con los barbijos puestos, esperando para entrar. Pero ocurrió lo que era esperable que ocurra: después de 18 años, Ginard no se presentó.

¿Por qué habría de presentarse un acusado a un juicio 18 años después del hecho? Al parecer, la Justicia creía en su espíritu cívico, en su buena voluntad de ciudadano de bien. Le había perdido el rastro hacía mucho: ese muchacho de 26 años desgarbado que estuvo la noche del crimen se había convertido en un hombre de 44 años que no había perdido las mañas de andar robando. Pero, al parecer, no estaba dispuesto a enfrentar una pena que podría encerrarlo casi hasta el final de sus días.

A los Aráoz les dijeron que se pondrían a buscarlo de manera frenética, lo sacarían de donde estuviera y lo llevarían ante el tribunal. Fijaron nueva fecha para el juicio pero, otra vez, Ginard no se presentó. Era curiosa la búsqueda de la Policía, porque no se le había ocurrido buscar en el lugar más obvio: la casa de su mujer.

El 24 de mayo, cuando la Justicia iba a informar la nueva fecha para el tercer intento de inicio de juicio, alguien mató a Ginard. Fue un homicidio limpio, sin pasión, sin pelea, sin robo, sin siquiera una palabra. Tres balas certeras en silencio y una huida. La Policía comenzó una investigación y llegó a hacer algunos allanamientos, pero nunca se supo quién lo mató y por qué. Fuentes de la investigación revelaron que la propia familia de Ginard les pidió que dejaran de investigar y paralizaran la pesquisa, porque estaban bajo amenaza.

¿Quién lo mató, o lo mandó a matar? ¿Por qué motivo? ¿Qué estaba por decir Ginard y a quién iba a complicar? ¿Por qué justo cuando iba a abrir la boca lo perforaron de tres balazos? ¿Quién amenazó a su familia tras el homicidio?

No hay forma de cerrar esta historia más que con un signo de pregunta. El crimen de Pichón Aráoz nunca se esclarecerá. La verdad de lo que ocurrió esa noche yace bajo las tumbas de los muertos de esa época que vieron, supieron siempre y fueron falleciendo o cayendo en el olvido. Lo mató un asesino hace 20 años y la Justicia lo volvió a matar.

No hay manera honesta de terminar este relato más que sintiendo vergüenza por la Justicia de Tucumán. 

Pichón Aráoz, el hombre que murió dos veces