Está visto que cuando algo se pone de moda no hay cómo pararlo. Solo cabe ser paciente y esperar a que la pesadilla termine. Ya sea que se trate de los pantalones Oxford, los parripollos, la deplorable canción “Dale a tu cuerpo alegría, Macarena” o la renovación del peronismo.

La experiencia nos enseña que, todo lo que alguna vez estuvo de onda, tarde o temprano desaparece.

Hoy la moda es confrontar. No hay adversarios, solo enemigos. No hay diálogo posible, solo agravios. La Patria nunca fue el otro, siempre fui yo.

Mala época para los moderados, los acuerdistas, los sensibles, los ñoños republicanos, los socialdemócratas, los demócratas cristianos y demás mandriles que no tienen otra opción más que cerrar el upite y aguantar hasta que las bestias peludas se vayan extinguiendo, como suele pasar con todos los dinosaurios.

Como consuelo para los moderados y demás sectas, queda pensar que toda la prosperidad que alcanzó el mundo moderno se consiguió gracias a ellos. Los extremos nunca lograron nada. No se conoce un solo país que se haya desarrollado y alcanzado algún grado de bienestar siendo gobernado por extremos.

Por supuesto, mientras esperan que pase la racha confrontativa, aquellos republicanos que tienen laburo y capacidad de ahorro, compran dólares. La cantidad que haya y al precio que sea. Como siempre. Serán moderados pero no son giles.

Para mayor tranquilidad de toda la gente que prefiere la civilización, es sabido que al final del camino la locura extrema se va a acabar. Lo único que no sabemos es si eso va a ocurrir antes o después de la Tercera Guerra Mundial, pero seguro que al final va a pasar. Como todo.

Aunque nosotros los argentinos no vayamos a participar de ninguna guerra (bastantes problemas tenemos acá adentro como para andar complicándonos la vida allá afuera) es obvio que la moda de la confrontación nos pegó de lleno.

Ya nos venía pegando desde que el kirchnerismo decidió reconocer como argentinos solo a los que votaban por ellos, que eran muchos pero no los suficientes. Ahora todo se exacerbó. La gente se insulta como nunca. En la calle, en los medios, en las redes, en el Congreso, en la Casa Rosada. No se salva nadie.

Juan Grabois acaba de dar una clase magistral de lo que estamos diciendo, el sábado a la tarde twiteo: “Caputo, la c… de tu madre”. Un exquisito este muchacho. Candidato al Nobel de la Paz.

Sin embargo, la historia nos enseña que peleándose con todos, bravuconando y diciendo burradas tipo “comprá campeón” a la larga las cosas terminan mal. Al fin y al cabo, aquel 2 de julio en el que Caputo pasó a la historia con su inolvidable frase, el dólar valía 1.230 pesos. Hoy el “dólar campeón” cotiza a 1.500 pesitos y no saben como hacer para frenarlo.

La nueva ocurrencia del ministro Caputo fue “vamos a vender hasta el último dólar”, dicho en el mismo tono desafiante con el que lo hubiese dicho Al Pacino en Scarface. Todos sabemos que Caputo está cantando falta envido con dos cuatros y una sota.

En realidad, la frase correcta debió ser “vamos a vender hasta el último dólar… que tiene el Estado Nacional”. Vivísimo el tipo. De su canuto o el de sus amigos no va a salir un puto verde. Así cualquiera se hace el macho.

Sumado a eso, hay que decir que el Banco Central tiene algunos dólares, pero son pocos. Como mucho 100 o 150 dólares que tendrá su presidente Santiago Bausili en el bolsillo. El resto son los ahorros de los argentinos que los bancos privados tienen encajados en el Central o la promesa de Trump de prestarle lo que sea necesario. Yo no me fiaría demasiado del actual presidente de EEUU. Un día lo amenaza a Putin y al día siguiente le da una palmadita en la espalda. Trump, Putin, todo lo que está de moda.

¿Qué esconde esto? Afuera un quilombo padre. Adentro la misma milonga de siempre: no hay confianza ni la habrá hasta que algún acuerdo garantice que nada raro va a pasar el día que cambie el gobierno, Dios no lo permita.

El problema es que las palabras acuerdo, consenso, pacto o cualquier cosa por el estilo se ha convertido en mala palabra. El pacto de la Moncloa que hicieron los españoles, piedra fundacional de su democracia moderna y su prosperidad, es considerado por la mayoría de los dirigentes argentinos como un ejemplo de lo que no debe hacerse. Hoy en día no hay peor insulto que mandar a un tipo a la Moncloa de su hermana.

Acá no habrá un sope hasta que no le garanticen a la sociedad que nadie va a cambiar las reglas del juego. Hasta que no haya un acuerdo sobre temas básicos que garantice alguna continuidad. Eso se logra sentándote a la mesa con el tipo que más odiás porque sentarte con uno que piensa parecido es fácil. Como hizo Nixon con Brézhnev y Mao o Rabin con Arafat o tantos ejemplos más. Toda gente desconocida para nuestros presidentes y expresidentes.

Tanto Cristina como Macri como ahora Milei están convencidos de que no lograron lo que querían por no haber sido lo suficientemente duros o extremos. Tres genios. Siempre hay que aclarar que en estas comparativas nos salteamos a Alberto porque el Topo no se mancha.

Cristina en 2011 fue reelecta con el 54% de los votos y tenía el control de ambas cámaras. Ahí decidió ir por todo y volvió con nada. Para más datos, cumple condena en Constitución.

Macri arrasó en la elecciones de medio término en 2017. ¿Qué pasó después? Ya lo sabemos. Moraleja, no hay manera de imponer un proyecto con medio país en contra.

Ahora, según todos los medios, Milei se va a poner al hombro la campaña para las elecciones de octubre. “Ahora van a ver lo que es bueno” le dijo a todos sus dirigentes en una reunión secreta en Olivos en la que les bajaron línea durante tres horas mientras circulaban sandwichitos de miga con las puntas levantadas. Para que no trascendiera nada les sacaron los celulares y los pusieron en bolsas negras. Al pedo porque igual se supo todo. Basta con leer el Clarín de ayer.

Seguramente en los próximos días vamos a ver al presidente Milei arriba de un escenario, desenfrenado y cantando “Hola a todos, yo soy el León… rugió la bestia en medio de la avenida”.

Una mala y una buena. La mala es que todo este delirio no hace más que espantar la guita y hacer que los dólares se rajen a cualquier otro lado más normal, más civilizado y sobre todo más previsible.

La buena es que por lo menos no va a cantar “Dale alegría a tu cuerpo, Macarena”.

No hay mal que por bien no venga.

Firma: Alejandro Borensztein / Clarín