Opinión | ¿Qué nos pasa?

Columna del Dr. José Roberto Toledo.
lunes 11 de julio de 2022
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“No sabemos lo que nos pasa y eso es precisamente lo que nos pasa” manifestó José Ortega y Gasset en una publicación titulada “Esquema de las crisis”, que luego formó parte de su curso “En torno a Galileo”, de 1933.

Un gran pensador argentino, Rodolfo Terragno, adaptó esa frase en uno de sus libros y expresó: “¿qué nos pasa a los argentinos?, no saber lo que nos pasa, eso es lo que nos pasa.”

Realmente, durante muchos años, los argentinos no supimos lo que nos pasa y solo se coincidió en un dato objetivo implacable como lo es el proceso de degradación creciente y deterioro institucional, económico, político y moral. Y de pronto nos encontramos deambulando por inhóspitos extremos y llevados de modo violento y azaroso por insondables senderos de lógica antagónica y enfrentamiento feroz, sin poder consensuar un proyecto de país viable. Mirando a nuestro alrededor solo visualizamos un tétrico paisaje de ideales en ruina y esperanzas derrotadas. Ese paisaje, de nuevo, resulta propicio para otro barquinazo y nuevos e irresponsables experimentos carentes de sustento racional y siempre en búsqueda de un salvador providencial.

Pero más allá del desánimo y del insoportable hastío con una situación que nos abofetea a diario y que se corporiza preferentemente en los integrantes de la casta política, hay elementos que nos ayudan a ser optimistas.

Creo que la mayoría de los argentinos ya han superado esa crisis de duda permanente y de una vez y para siempre ya saben lo qué nos pasa. Y saben qué es lo que hay que hacer. Y conocen perfectamente qué es lo que no se puede seguir intentando hacer y, como por los frutos los conoceréis, saben que el fracaso argentino no puede superarse insistiendo en los mismos errores.

No se puede pretender distribuir riqueza si antes no la generamos. No pueden generar ni distribuir riquezas los corruptos, porque la indebida apropiación es siempre para ellos. No se puede emitir sin consecuencias porque sino habríamos descubierto el sueño de los alquimistas y la piedra filosofal sería la irresponsable e ilimitada emisión, lo que permitiría un enriquecimiento infinito y la automática innecesaridad de los impuestos. No puede seguir existiendo un Estado que aplasta, como tampoco es concebible la desaparición del mismo, como lo están pregonando impensados anarquistas.

Sabemos los caminos para generar riqueza, que son los caminos que han recorrido las naciones que así lo han hecho en beneficio de sus pueblos.

Recorte de gastos, suba de tasas y equilibrio fiscal

Sabemos que la decencia y la institucionalidad son una condición necesaria para el crecimiento. Sabemos que el Estado no genera riquezas pero resulta imprescindible e insustituible como garante de la equidad y de la igualdad y responsable de crear y mantener las condiciones generales para que los particulares expandan y concreten su genio creador productivo, protegiendo siempre a los débiles y humildes.

Y también sabemos que es grande la proporción de quienes prefieren un empleo público a uno privado y quienes se inclinan por más Estado y menos mercado.

Somos contradictorios. Por un lado sabemos del fracaso y responsabilizamos a la casta que ha puesto el Estado a su servicio, lo que implica la expoliación de su pueblo con una fenomenal transferencia de recursos al sostenimiento del gasto político y, simultáneamente, preferimos ese Estado opresor a un sistema de libertad integral. Sabemos que hay que achicar drásticamente el gasto, pero exigimos que empiecen por nuestros vecinos. Sabemos que sin una ética de la probidad resulta inviable cualquier proyecto económico y político, pero solo nos interesa la corrupción cuando nos aprieta el bolsillo. Eso lo saben los cínicos gobernantes que se preocupan de “poner algo de plata” para saquear tranquilos.

En fin, sabemos que es lo que nos pasa y que es lo que hay que hacer. Lo que pasa entonces es que no nos decidimos a hacerlo. ¿Es necesario un cataclismo para que nos decidamos? ¿Es verdad que solamente de las ruinas humeantes sacaremos fuerzas para emprender el durísimo camino de la recuperación ciudadana integral? ¿Somos, como se dice, una sociedad de cobardes, individualistas, oportunistas e indecentes? ¿Es irrefutable la sentencia de Edgar Quinet que “los pueblos se levantarán tan sólo cuando tomen conciencia plena de la profundidad de su caída?

Por una vez, apostemos a lo razonable y correcto y hagamos lo que tenemos que hacer.

El propio Ortega y Gasset hace casi siglo atrás ya nos interpeló con un “argentinos, a las cosas”.

*Columna publicada en La Gaceta